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¿Qué te pasa, hija? ¿Por qué lloras? Déjame, ama, déjame contestó doña Beatriz . Soy la más desventurada de las mujeres. El ama Teresa insistió en vano en idénticas o semejantes preguntas. Beatriz no le contestaba sino rogándole que la dejase. Cansada, pues, y hasta algo picada de aquel sigilo con que de ella se recataba Beatriz, el ama Teresa se salió de la sala y se fué al cuarto de Inesita.

Enrique vaciló algunos instantes, mas al fin se decidió a abrir con sigilo la puerta y escaparse por la escalera de servicio. Era Enrique un muchacho que guardaba en aquella época semejanza increíble con un perro ratonero de los que hoy tienen prestigio entre las damas; después se compuso bastante, pero aún es feo hasta donde un hombre de bien puede serlo.

Gonzalo dijo por último: Quiero confesarte, con el debido sigilo, que después he amado a otras mujeres y he sido amado por ellas.

Del lado del naciente, una, dos, tres sombras humanas se acercaban con sigilo. Llegaron, miraron a un lado y a otro, escalaron las peñas y desaparecieron por la ventana. Un momento después un grupo más numeroso bajaba por el atajo. Luego un solo hombre, luego tres más, y, por fin, otro grupo de diez a quince personas. La negra abertura tragaba como boca de hormiguero.

La prudencia y el sigilo eran dotes positivas de don Álvaro en tales asuntos. Sus aventuras actuales pocos las conocían; las que sonaban y hasta refería él siempre eran antiguas.

Luego que hube tomado pasaje en el vapor Malacca volví á despedirme del Cónsul Pratt, quien aseguró, que antes de entrar en el Puerto de Hong-kong me recibiría secretamente una lancha de la escuadra americana con el fin de evitar la publicidad, sigilo que también yo lo deseaba. Partí para Hong-kong en dicho vapor las 4 de la tarde del mismo dia 26.

¿Qué tienes, hija mía? preguntó el doctor, que entraba a verla, y habiendo levantado con sigilo el cortinaje presenció aquel pequeño combate de la envidia contra los buenos sentimientos que abrigaba el corazón de Magdalena. Tengo, papá, que me parece Antoñita muy feliz contestó la joven. Ella es libre en absoluto en tanto que yo estoy condenada a eterna esclavitud.

Con el debido sigilo le revelé nuestro parentesco, de que ella se maravilló y holgó mucho. Luego charlamos los tres a cántaros. Con lo ameno de la conversación se nos olvidó tomar el y llegó la hora de la comida.

Sucede, que va á suceder un horrible crimen, si no ha sucedido ya. ¿Un crimen? ¿Y por qué no habéis ido á la justicia en vez de venir á mi? Porque... porque... yo no revelaré ese crimen sino bajo sigilo de confesión. ¿Pero no decís que va á cometerse si no se ha cometido? Urge, pues, el impedirlo. Por lo mismo, seguidme, señor, seguidme, y por el camino os haré mi confesión.

Este los tenía por auténticos, por coetáneos del hijo del rey caballero; ¡los había comprado él mismo en París!... Pues Bedoya, al que le aducía este argumento en casa de Vegallana, le llamaba aparte, y sin que nadie los viera, subía con él al segundo piso; se encerraba en el salón de antigüedades, y con el mismo sigilo de ladrón con que sacaba libros del Casino, se dirigía a una silla Enrique II, le daba media vuelta, buscaba cierta parte escondida de un pie del mueble; allí había hecho él varios agujeros con un cortaplumas y los había tapado con cera del color de la silla; quitaba la cera con el cortaplumas, raspaba la madera y... ¡oh triunfo! esta no se deshacía en polvo; saltaba en astillas muy pequeñas, pero no en polvo.