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Me negué, con impaciencia. Creyendo que mi negativa fuera para no aburrirlos, insistieron, y tanto insistieron, que no me quedó más remedio que escaparme... Pues esa misma noche, interpretando mal mi huida, Clarita se comprometió con mi rival, que, como todos los rivales, me parecía un tonto de capirote.

Andando el tiempo, y cuando la piedad y devoción habían llegado á su mayor auge, el Concejo sevillano, interpretando el público sentimiento, procuró el mayor esplendor en esta Fiesta, y para, ello entre otras disposiciones concedió premio á los vecinos moradores en las casas de la carrera, que, con más gusto y riqueza adornasen sus fachadas, según comprueba un libramiento de 1870 mrs. en favor de Pedro Gómez «por la costa que tuvo en adornar su casa, sita en la Cerrajería el día que pasó la procesión, fecha á 8 de Julio de 1603.

Y como la joven permaneciera muda, enloquecida por aquella situación nueva que había creado la confesión de Juan, éste añadió, interpretando mal su silencio: ¡Pero míreme por favor, vea cuánto sufro! ¿No merezco su piedad? ¡Ah, tenga piedad! ¡Piedad, solamente! Involuntariamente, ella volvió hacia él su cabeza recostada sobre un almohadón.

Como Bringas reprobaba que su mujer variase de vestidos y gastase en galas y adornos, ella afectaba despreciar las novedades; pero a cencerros tapados estaba siempre haciendo reformas, combinando trapos e interpretando más o menos libremente lo que traían los figurines.

Al fin se la otorgaron, pero fue para despedirle a los pocos días: la música de Juan no agradaba a los parroquianos del Café de la Cebada; no tocaba jotas, ni polos, ni sevillanas, ni cosa ninguna flamenca, ni siquiera polkas; pasaba la noche interpretando sonatas de Beethoven y conciertos de Chopín: los concurrentes se desesperaban al no poder llevar el compás con las cucharillas.

El hombre del negro chambergo, interpretando mal el silencio del maestro, alzó la cabeza con una risa irónica y salvaje y exclamó: ¿La quiere para usted sólo, verdad? ¡Ni una palabra más!

Sentíase arrebatada por él en medio del torbellino de parejas y se creía sola. ¡Ella y él!, y la música acariciando los oídos y el corazón, interpretando dulcemente las inefables impresiones que palpitaban en el fondo de su alma.

Eran cincuenta años que parecían poco más de cuarenta; medio siglo decorado con patillas y bigote de oro oscuro con ligera mezcla de plata, limpios, relucientes, declarando en su brillo que se les consagraba un buen ratito en el tocador. Sus ojos eran españoles netos, de una serenidad y dulzura tales, que recordaban los que Murillo supo pintar interpretando a San José.

Para tratar, dirigir, ganar almas y someter voluntades, había sido maravilloso allá en los pueblos del extremo Oriente; pero como había salido de España muy mozo, y apenas había vivido en esta sociedad artificiosa y algo refinada de nuestro siglo, cuya cultura y usos convencionales se extienden hasta las aldeas, lo veía y estimaba todo con cierta sencillez selvática, interpretando las palabras y las acciones de diverso modo que el vulgo.

Unos versos de la tragedia Medea, de Séneca, eran para él profecía indiscutible. «Vendrán los días dice el coro en que el Océano aflojará sus lazos y surgirá una nueva tierra, y un marinero semejante a Tifis, el que guió a Jasón, será el descubridor, y ya no aparecerá la isla de Thule como la última de las tierrasBuscaba apoyo igualmente en el Antiguo Testamento, interpretando obscuras palabras de Isaías; y al dar cuenta de su descubierta, decía que con ella se habían cumplido simplemente las predicciones de aquel profeta.