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Míreme usted bien. , señora. Por lo que en París nos dijeron, ha sido un milagro. Un milagro del cariño y del amor, señora. ¡La condesa, mi madre, es tan buena! ¡Mi marido me quiere tanto! ¡Ah!... ¡Qué niño tan lindo ése que juega allí bajó! ¿Es de usted, señora? Germana se levantó del banco, miró a la viuda y retrocedió atemorizada, como si hubiese pisado una serpiente.

Tenía la barba erizada y la frente llena de arrugas, como San Pedro; el cráneo terso, y dos rizados mechones blancos en las sienes. «Señor, señor decía con el temblor de un frío intenso, mire cómo estoy, míremeTorquemada pasó de largo, y se detuvo á poca distancia; volvió hacia atrás, estuvo un rato vacilando, y al fin siguió su camino.

Agua fresca, mucha agua... eso es lo que me gusta. ¡Cuán lejos está ya aquella Leonora que había de pintarse todas las noches como un payaso para mostrarse al público! Míreme usted bien: ¿cómo me encuentra? ¿No es verdad que parezco una de sus vasallas? De seguro que si salgo esta mañana a darle vivas en la estación, no me reconoce entre los grupos.

«Si quiere usted contemplar toda la gracia del mundo, míreme a dijo Ballester, que dejando la vara, dio una vuelta, cogiéndose los faldones de la levita . Estoy guapo, ¿ o no?». Ballester ostentaba aquel día zapatillas nuevas, estrenaba traje de lanilla de los más baratos, y se había ido a la peluquería, donde después de cardarle la caballera, se la habían rizado con tenacillas.

¿Qué historia? dijo. La otra, cuando yo vivía a su lado... le hice notar con suficiente claridad. Nada... absolutamente nada. Veamos; míreme un instante... No, ni aunque lo mire... me lanzó en una carcajada.

¡Ay! ¡Cuán mala soy! ¡Qué cosas le he dicho a este pobre niño! A ver, levante usted la cabeza; míreme de frente; diga que me perdona... ¡Esta maldita manía de no callarme nada!

El hecho es que me acosté una noche autor de folletos y de comedias ajenas, y amanecí periodista: mireme de alto abajo, sorteando un espejo que a la sazón tenía, no tan grande como mi persona, que es hacer el elogio de su pequeñez, y dime a escudriñar detenidamente si alguna alteración notable se habría verificado en mi físico; pero por fortuna eché de ver que como no fuese en la parte moral, lo que es en la exterior y palpable, tan persona es un periodista como un autor de folletos.

Míreme de frente y no hagamos visajes, que se pone muy feíto. ¿No me conoce? Soy Ballester, y ahí tengo la vara aquella para enderezar a los niños mal criados». Ballester dijo Maxi mirándole fijamente y como quien vuelve de un letargo. El mismo, ¿y qué?... ¿Quiere que le noticias del mundo? Pues prométame tener juicio.

Alineado a la salida de la Recoleta, soporté con todos los parientes de la muerta, los apretones de los concurrentes, que le dan la mano a uno como diciéndole: «¡eh! míreme usted, he asistido, no lo olvide,» y cuando terminó esta dura prueba de resistencia, di vuelta y vi a don Benito que me esperaba. ¿Piensas ir con la parentela? me dijo. ¿Qué hacer?

Pues míreme bien, que yo soy aquel mozo Andrés que quitó vuestra merced de la encina donde estaba atado.