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Al fin se la otorgaron, pero fue para despedirle a los pocos días: la música de Juan no agradaba a los parroquianos del Café de la Cebada; no tocaba jotas, ni polos, ni sevillanas, ni cosa ninguna flamenca, ni siquiera polkas; pasaba la noche interpretando sonatas de Beethoven y conciertos de Chopín: los concurrentes se desesperaban al no poder llevar el compás con las cucharillas.

¡Lo veremos! dijo la fiera Albornoz, y nombró al punto paladín de su causa a su buen amigo Juanito Velarde. Larga entrevista celebraron ambos a solas hasta bien entrada la noche, y al despedirle Currita en la puerta del boudoir díjole con suaves mimitos: Conque quedamos en que yo encargaré el almuerzo en Fornos... y habrá écrevisses

El, por su parte, le profesaba una afición tan ardiente, tan exclusiva, que en ciertos momentos se convertía en verdadera fiebre. Cada vez que tenía que apartarse de sus faldas para ir al colegio le costaba lágrimas. Exigía que se pusiera al balcón para despedirle. Antes de doblar la esquina de la calle, se volvía más de veinte veces para enviarle besos con la mano.

El curioso no se atrevía á continuar investigando: ya iba á despedirle mal de su grado, cuando Clara vió que tenía una mano ensangrentada, y exclamó sobrecogida: ¡Está usted herido! No es nada: un rasguño. Pero sale mucha sangre. ¡Jesús! tiene usted la mano destrozada. ¡Oh! no es nada.... Con un poco de agua.... Voy al momento.

El 7 de Octubre de 1492 anotó Colón que «la carabela Pinta tiró una lombarda por señal de tierra y levantó una bandera en el tope del mástil». El 18 de Diciembre escribió que en conmemoración de la fiesta de la Virgen tiráronse muchos tiros de lombarda; puso las banderas y atavió la nao. Vino á bordo el cacique de Santo Domingo, y al despedirle hizo tirar muchas lombardas.

Estaba convencida de que la cortejaba, pero con tal comedimiento, que no le era fácil decidir la disposición de ánimo que debía adoptar respecto de él: el mucho agrado pudiera parecer liviandad, la esquivez fuera grosería, y despedirle con cajas destempladas era exponerse a que él la pusiese en ridículo encogiéndose de hombros, o acaso diciéndole claramente que se había hecho ilusiones.

Fué tal el acento de la dama al despedirle, que el joven no se atrevió á contestar: salió, sintió que cerraban la puerta, y se encontró en un ámbito tenebroso, del cual no podía apreciar otra cosa sino que estaba embaldosado de mármol, por el ruido que producían sobre el pavimento sus pisadas.

No tenía motivo para negarme a recibirle en mi habitación algunos días. El dueño de la fonda me lo presentó como un antiguo huésped a quien debía muchas atenciones: si me negaba a compartir con él mi cuarto, se vería en la precisión de despedirle por tener toda la casa ocupada, lo cual sentía extremadamente.

En una palabra: no era proporción para conservada, ni había que esperar de él cosa buena. «Lo mejor se decía Carola es despedirle pronto, cuanto antes, de modo que no volvamos a vernos, lo cual que hay que armarle un tiberio mu gordo. Los muebles..., vaya una guasa..., me la tié que pagar. Demasiado sabía que no habían de ser para él. ¡Marranote! ¿Cómo haría yo para que me dejase en paz?

Sin embargo, cuando Clara, que salía siempre a despedirle, cerró la puerta, cuando bajó los primeros escalones, un pensamiento lúgubre atravesó su cerebro: «¡Si ese chico me mataseQuedó un instante inmóvil y tuvo intenciones de volverse y besar a su hijo y a su esposa con más efusión de lo que lo había hecho. Pero se arrepintió inmediatamente comprendiendo el efecto que esto causaría a Clara.