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Un mes después de mi memorable aventura había perdido todas mis esperanzas, toda mi tranquilidad y con ayuda del hastío llegué a una sombría tristeza. Entonces fue cuando el cura se indispuso con mi tía y cuando ésta le echó de casa. Sentada bajo la ventana del jardín, pude escuchar la siguiente conversación: Señora dijo el cura, vengo a hablaros de Reina. ¿Sobre? La niña se aburre, señora.

Aquel cielo y aquel suelo en el Grao de Valencia, ó las orillas del Guadalquivir, sería una dulcísima parodia de los jardines del Profeta; mas un paraíso, anclado en medio del revuelto Pacífico, lejos del universal concurso y sin tener por lo menos una Eva, es un paraíso que al principio encanta, después, aburre, y por último desespera.

Porque la desgracia no te agarra... ¡Me agarra a cada rato! ¡Me ha agarrado mil veces! pero la desgracia se aburre conmigo. No te entiendo. ¡Pues es claro! La desgracia es como una persona seria que se fastidia en compañía de quien ríe constantemente. Lo difícil, lo imposible es eso; reír siempre... ¡Qué ha de ser difícil!

Al entrar en el salón vio a Juanito contemplando al tío, y éste con la vista fija en el techo, contando sin duda las flores doradas que tenía el papel, como hombre que se aburre y busca desesperadamente la distracción. Vaya, niñas, basta de cosas tristes. Cantadle al tío algo alegre. Don Juan hizo un gesto como indicando que le era igual y no valía la pena molestarse.

La convicción de que sólo ustedes son poseedores de sus encantos y que los demás nos morimos de envidia, debiera ser para ustedes un manantial de goces. ¿Te gusta mi mujer, eh? Pues contempla y rabia. Nada más agradable. Ahora también debo de advertirle que yo no serviría para marido. Una sola mujer me aburre pronto. La misma Carlota, a pesar de ser tan escultural, pienso que llegaría a cansarme.

Se cuenta en el lugar casi no queremos creerlo que cuando está don Alvaro muy mal y siente físicamente muchos dolores arma tan incesante y fatigosa retahíla de «ta, ta, ta», que aburre a todo el mundo, alborota la casa y hace que doña Inés pierda la circunspección y la paciencia que ella suele recomendar, llegando una o dos veces hasta decir a su marido: Cállate, hombre indigno, y padece por el amor de Dios, que no sin justo motivo te castiga.

Se cuenta que D. Ventura de la Vega, agobiado ya por las enfermedades y previendo su próxima muerte, llamó un día á sus hijos para confiarles, antes de morir, un misterioso secreto, cuya pesadumbre le abrumaba el alma. Después de recomendarles el sigilo, que ellos han roto, pecado de que creo debemos absolverlos, aquel padre cariñoso les confesó que el Dante le aburría. A no me aburre Göethe.

¿A su edad no le parece esta soledad demasiado austera? ¿No se aburre usted jamás? Muy raramente... En primer lugar, ha de saber usted que tengo un temperamento de verdadera campesina.

; ya que llevamos cuatro años de guerra y á todos aburre hablar de estas cosas. No insistiré, señor comisario. Me han dicho que hasta en los teatros y en los periódicos están cansados de la guerra y sus aventuras. ¡Además, mi historia es la de tantas y tantas mujeres!... Alberto fué á incorporarse á su regimiento en los primeros días de la movilización.

Los novelistas se agitan infructuosamente en busca de novedad; el público exige igualmente novedad; pero la novela actual, cuando pretende en Francia y otros países ser verdaderamente nueva, no tiene nada de novela, y aburre al lector.... Y en esta crisis, que es universal, nadie columbra la solución.