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Por último, la mano que descansaba asida a la cadena de oro del toisón, una mano de cadavérica blancura, levantose en el aire señalando la puerta; y como don Alonso vacilara, el regio ademán acentuose con un estremecimiento perentorio del índice. Toda réplica hubiera sido fatal. El caballero obedeció.

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