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Al alzarse el velo para enjugarlas, Ojeda vio un triángulo de arrugas en las comisuras de sus ojos, un cerco de negrura cadavérica en torno de ellos. La nariz parecía más afilada, a boca más profunda: era una mujer distinta a la que media hora antes buscaba sus ropas a la luz de la chimenea. Diez años habían caído de golpe sobre su cabeza. Su faz parecía arañada por el cansancio y la pena.

¡Oh, gran Dios, quién estuviera aquella hora sepultado, que muerto ya lo estaba! Fue tal el coraje del perverso ciego que, si al ruido no acudieran, pienso no me dejara con la vida. Sacáronme de entre sus manos, dejándoselas llenas de aquellos pocos cabellos que tenía, arañada la cara y rascuñado el pescuezo y la garganta; y esto bien lo merecía, pues por su maldad me venían tantas persecuciones.

¡Ah!, ¡gracias a Dios...! exclamó Guillermina sin intención de doble sentido . Ya pareció la perdida. Veremos lo que trae. Una de dos dijo Ballester suspirando : o trae la cara arañada, o trae sangre o quizás piel humana en las uñas. Es mucha mujer esta... Todos se levantaron menos Maximiliano, que continuó echado apáticamente hasta que vio a su mujer.

¡Oh gran Dios, quién estuviera aquella hora sepultado!, que muerto ya lo estaba. Fué tal el coraje del perverso ciego que, si al ruido no acudieran, pienso no me dejara con la vida. Sacáronme de entre sus manos, dejándoselas llenas de aquellos pocos cabellos que tenía, arañada la cara y rasguñado el pescuezo y la garganta. Y esto bien lo merecía, pues por su maldad me venían tantas persecuciones.