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Un enjambre de peces de fuego coleaba ante la proa, formando un triángulo con el vértice en el horizonte. La espuma de los promontorios era sonrosada, como si su blancura reflejase una erupción submarina. ¡Bòn día! gritaba el médico á Ulises, ocupado en calentar sus manos, ateridas por el viento.

Todos nos servimos muy bien de cada idea segun las circunstancias: el error está en el acto reflejo, en el directo. Conviene no perder de vista esta última observacion. Si así fuese, se verificaria en la idea del triángulo lo que afirma Condillac, de que la idea no es mas que el recuerdo de la sensacion.

Pero aquí su vanidad puede traer consecuencias muy desagradables para ... y para todos. Bueno que cada día se ponga un traje distinto, pensando que el Duque se va a fijar en ellos. Pase que se recorte las uñas en triángulo, y se colorete, y se descote, y hable de los cuadros de Meissonier, sin haberlos visto, y haga otra porción de cursilerías por el estilo.

Para mayor claridad lo pondré en forma de diálogo; y suponiendo que no hay encerado y que la demostracion se da de memoria. Demostracion. Bájese una perpendicular desde el ángulo recto á la hipotenusa. ¿Dónde? Es claro: en el triángulo de que hablamos. Pero señor, si no hay tal triángulo..... Pues entonces ¿de qué se trata?

El sol poniente, antes de ocultarse, se asomó a un agujero del cielo tempestuoso, entre nubes desgarradas. Era una esfera sangrienta, una hostia de púrpura que animó con tonos de incendio la inmensidad del mar. Las negras masas de vapor que cerraban el horizonte se ribetearon de escarlata. Sobre el obscuro verde acuático se extendió un inquieto triángulo de llamas.

Las armas de Lima eran: un escudo en campo azul con tres coronas regias en triángulo, y encima de ellas una estrella de oro cuyas puntas tocaban las coronas. Por orla, en campo colorado, se leía este mote en letras de oro: Hoc signum vere regum est.

Mi ruina es verdadera... Mira. Señaló el triángulo de carne que dejaba libre el escote de su traje. Un collar de perlas descansaba sobre el blanco pecho. Miguel acabó por fijarse en estas perlas, atraído por la insistencia de ella. Falsas, escandalosamente falsas; todas descascarilladas, opacas y amarillentas como gotas de cera.

Las lugareñas de más tono usan mantilla sin velo ni blondas, esto es, una gran tira de franela negra, con anchas franjas de terciopelo. Las muy pobres, hacia Levante, llevan el mantón doblado en triángulo, pendiente de la cabeza, lo que les ahorra otro pañuelo y les da un aire míseramente africano.

Ya comprendo esto; pero entonces bajaremos la perpendicular en aquel triángulo solo, y V. me habla como si se la bajase en todos. El triángulo se construiria para un ejemplo; y lo que con él hiciésemos, claro es que podríamos hacerlo con todos. ¿Con todos? señor; ¿pues no concibe V. que en todo triángulo rectángulo se puede bajar una perpendicular del ángulo recto á la hipotenusa?

Ya se ve; se trata de un triángulo rectángulo; y el caso es que no hay ninguno. No lo hay, pero lo puede haber. Si tuviésemos el encerado ó papel, y regla, lo haríamos desde luego. Es decir que V. habla del triángulo que haríamos... señor. Ya lo entiendo, pero entonces lo tendríamos, mas ahora no lo tendremos. Enhorabuena; pero si lo tuviésemos, ¿no podríamos bajar la perpendicular? señor.