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Era un serafín aquello, más que mujer. ¡Qué guapa, qué aguda, qué hacendosa! Si ella fuera hombre y mozo soltero, ya sabía con quién casarse, como Lita le quisiera. ¡Y no su hermano Neluco!... ¡Cuántas veces se lo había dicho! ¿Para qué quieres la enjundia, hombre? ¿Qué más puedes apetecer?... Si apareáis como de molde... ¡Ah, pan frío de satanincas!... ¡Tochu, más que tochu!

Lita se burló a través de sus lágrimas del español de miss Mary... Lo cual no impidió que ésta volviera pronto trayendo la contestación del médico: hasta las cuatro de la tarde no podría venir... «¡Hasta las cuatro de la tarde! pensó Lita. ¡Perderé, entonces, todo el día de hoy, y si no cumplo en los treinta días fijados por mi madrina!...» Y se puso a llorar otra vez, porque no le traían pronto los útiles pedidos.

Venía como siempre, con su estrella, su varita mágica, su pelo suelto, su magnífico manto... Sonriendo con ternura a su ahijada, le dijo: Veo que eres buena, Lita. Te agradezco tu labor en nombre de los niños pobres, a quienes les llevaré tus colchas, para que no se mueran de frío en las noches de invierno.

Evocáronse por las mujeres los recuerdos de los trajines pasados en aquellos días tan tristes, y aproveché la ocasión para ponderar la soledad en que me había quedado y lo que las echaba de menos en casa... Y no a punto fijo de qué modo se fue enredando desde aquí la conversación, porque yo me mezclaba en ella maquinalmente con la palabra, mientras tenía los pensamientos en Lita que estaba enfrente de .

Sin darle tiempo ni para decir gracias, su madrina la tomó de la mano... Ven conmigo, Lita. Te llevaré a dar una vuelta por el País de las Hadas, donde viven Caperucita Roja y Pulgarcillo.

En una palabra, Lita: que hay que pensar, pensar siquiera, en casarse.

Hablando por este arte mientras subía la escalera y la seguía yo paso a paso, más que en lo imposible de atajarla en su pintoresca charla, pensaba en el parecido que hallaba entre ella y la madre de Lita, no solamente por el carácter, sino por el estilo, sin saber yo entonces, como lo supe andando el tiempo y conociendo nuevas gentes, que en aquella forma y con aquellos aires campechanos y llanotes, se desborda siempre el espíritu generoso y hospitalario de las damas de aquella agreste región montañesa.

Y el papá vino a verla, vestido con una bonita «robe-de-chambre» de seda azul rameada de negro. ¡Parecía un chino con esa «robe-de-chambre»!... Pero como era también muy bueno, se enteró de lo que quería su hijita inválida, y cambió con su mamá algunas palabras. Aunque hablaban en voz baja y en el otro extremo de la pieza, Lita les oyó perfectamente...

Porque yo no podía concebir que Lita y Neluco no se amaran, como no lo concebía tampoco la matrona locuaz de Robacío, ni lo concebiría nadie que tuviera entrañas de humanidad y vislumbres de buen gusto, y reparara un poco en aquella parejita, «única», que parecía puesta por Dios en aquel rinconcito de la tierra para eso sólo, para amarse y para unirse.

Pues bien cerca la tenemos: Lita. Conque anímese usted a pretenderla. Me quedé estupefacto. ¿Era aquello broma? ¿Era abnegación? ¿Era arranque patriótico? Le declaré mi asombro, y me dijo: Desde que vino usted a Tablanca, está empeñado en ver visiones a ese propósito. Lo por algo que usted me ha dicho y otro poco que ha dejado traslucir.