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Izquierdo entró con una botella de cerveza y detrás el mozo del café de Gallo con un grande de limón, ponchera y copas. «La señora dijo él queriendo ser amable , va a tomar un vasito de cerveza con limón». ¡Quite usted allá! replicó la dama . Yo no bebo esas porquerías. Se lo agradezco... A Fortunata la invitaron también; pero ella no quiso tampoco tomarlo, y pidió leche.

La primera intención que me dio fue debolvértelo, porque yo no lo he echo por el interés; pero me lo guardo por si algún día lo necesito, que lo sacaré pensando que me lo a dado el único hombre de quien yo puedo tomarlo sin que me vergüenza, porque siempre te he mirado como si fueras mío de beras, aunque ya sabía yo que todo esto era por pasar el tiempo.

¡Demonio de contrariedad! dijo el diplomático, sacando su caja de tabaco y ofreciendo un polvo al ayo, después de tomarlo él . Lo siento... A nuestra edad nos gusta tener quien nos suceda y herede nuestras glorias para desparramar su luz por los venideros siglos. Vea usted la razón por qué me apresuré a reconocer a mi querida hija... ¡Ah!, Sr.

Esto lo decía con tanta naturalidad, que Guillermina, por un instante, no supo si indignarse o tomarlo a risa. «Vaya, que las ideas de usted me gustan... Se me figura que marido y mujer allá se van... en sabiduría. Si usted no se desdice al momento en todos esos disparates me voy y no vuelve a verme en su vida más. No se puede tolerar esto...».

Sacaron los vasos de leche blanca, espumosa, tibia, rebosando de los bordes con hirviente oleada. Ofreció Penáguilas el primero a Sofía, y los caballeros se apoderaron de los otros dos. Teodoro Golfín dio el suyo a la Nela, que abrumada de vergüenza se negaba a tomarlo. Vamos, mujer dijo Sofía no seas mal criada: toma lo que te dan. Otro vaso para el Sr. D. Teodoro dijo D. Francisco al criado.

No, señora mía; cuanto acaba usted de decir es muy justo y muy sensato y le aseguro que su manera de pensar lo hace todavía más simpática a mis ojos. Entonces, ¿es usted de parecer que, si encontrara un día el ideal que acabo de esbozarle, podría tomarlo por marido sin hacer lo que se dice una tontería? Sin duda ninguna. Exhaló Delaberge en un suspiro su última ilusión y se levantó.

El suceso no era para tomarlo a risa. No se trataba de un cólico vulgar, y la pobre bestia, sostenedora inconsciente del prestigio de la familia, revolcábase abajo, en la obscura y húmeda cuadra, quedando panza arriba y con las patas agitadas por un temblor convulsivo. La situación fue ridícula y conmovedora.

Abriendo después la puerta, mas sin salir de la alcoba, la señora siguió hablando con su sobrino: «Ya sabes lo que te he dicho. Hoy no me sales a la calle... Y desde mañana empezarás a tomarme el aceite de hígado de bacalao, porque todo eso que te da no es más que debilidad del cerebro... Luego seguiremos con el fosfato, otra vez con el fosfato. No debiste dejar de tomarlo...».

Sabía que había un canalizo estrecho, de cuatro o cinco brazas, entre los arrecifes, y quería penetrar por él para acercarse a la goleta. Muchas veces enfilamos la entrada del canal; pero al ir a tomarlo nos desviábamos. Recalde nos mandaba aguantar en sentido contrario para detenernos. ¡Ciad! ¡Ciad! gritaba. Y nosotros metíamos las palas de los remos en el agua, resistiendo todo lo posible.

Bruto! le dijo uno de los compañeros, ¿no ves que ese tren viene de Paris? Y ¿qué me importa eso, si me han encargado que grite cuando llegue el tren? Tambien podia ser de carbon ó leña, y serías capaz de tomarlo por el tren imperial.... Aguarda un poco, Juanillo, añadió otro; ya tendrás ocasion de gritar y dejar contento al alcalde.