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Catalina, que se había acercado al grupo, oyó decir: ¿Entonces, usted cree que no es posible bajar por ninguna parte? No, Juan Claudio, no hay medio respondió Brenn ; esos bandidos conocen el país a fondo; todos los senderos están interceptados. Mira; ¿ves el manchón de los Corzos, a lo largo de esa charca? Nunca han tenido los guardas la idea de observarlo; pues el enemigo lo tiene bien guardado.

El anciano Brenn, al borde de la peña, con su pipa negra entre los dientes, las mejillas arrugadas como una hoja de col pasada, la nariz redonda, el bigote gris, los párpados fláccidos, caídos sobre el ojo sanguinolento, y las largas mangas de su hopalanda, que descendían a ambos lados del cuerpo, el viejo Brenn miraba hacia los diferentes puntos de la montaña que Hullin le indicaba; y los otros dos, envueltos en sus amplias capas pardas, se adelantaban, retrocedían, se llevaban las manos a las cejas y parecían absortos por una atención profunda.

Sin embargo dijo Toubac ; si Hullin quiere, lo intentaremos a pesar de todo. ¿Qué es lo que vamos a intentar? dijo Brenn . ¿Exponernos a que nos rompan un hueso al escapar y dejar a los demás metidos en la ratonera? Por mi parte, lo mismo me da, y si alguien va, yo voy también. Pero si se creen que hemos de volver con víveres, sostengo que es imposible.

Los kaiserlicks son los amos... Han matado a Zimmer esta noche... Hexe-Baizel, ¿está arriba? respondió Brenn ; está haciendo cartuchos. Todavía pueden servir dijo Marcos . Tened mucho cuidado, y si alguno sube, hacedle fuego.

Siguieron marchando en silencio los expedicionarios hasta llegar a la terraza, donde comenzaba la bóveda, y allí respiraron libremente. En medio del paisaje vieron a los contrabandistas Brenn, Pfeifer y Toubac, con sus amplias capas grises y sus sombreros de fieltro negro, sentados alrededor de una hoguera que se extendía a lo largo de la peña. Marcos Divès les dijo: ¡Aquí estamos!

exclamó Toubac ; si no ha sido el Diablo, ha sido, desde luego, Yégof. Pero me parece dijo Hullin que tres o cuatro hombres decididos podrían arrollar uno de esos puestos. No; se apoyan unos en otros, y al primer disparo tendríamos un regimiento a la espalda contestó Brenn . Pero supongamos que se puede pasar. ¿Cómo volvemos con los víveres? Es imposible; esa es mi opinión.

Hullin se volvió en aquel momento y vio a la señora Lefèvre, que se hallaba a algunos pasos, prestando atención a lo que decían. ¿Es usted, Catalina? Nuestros asuntos toman mal aspecto dijo Juan Claudio. ; ya he oído; no hay manera de renovar las provisiones. ¡Las provisiones! dijo Brenn con sonrisa extraña . ¿Sabe usted, señora Lefèvre, para cuánto tiempo tenemos víveres?