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Los ojos del revolucionario se mostraron más lacrimosos y brillantes detrás de las gafas azuladas. ¡Mamá!... Su gesto, sonriente y bondadoso, se borró bajo una contracción de dolor. Era su única familia, y había muerto mientras él permanecía en el presidio.

Sobre todo, entra a matar de veras y no se sale del terreno de la verdad. Las buenas mozas amigas del diestro agitábanse borrachas de entusiasmo, con histéricas contorsiones, los ojos lacrimosos, la boca chorreante, agotando en plena tarde el léxico de palabras amorosas que sólo usaban por la noche.

Cuatro grupos de faroles con ángeles de oro brillaban en los ángulos, y en su centro encogíase Jesús, un Jesús trágico, doloroso, sanguinolento, coronado de espinas, agobiado bajo el peso de la cruz, la faz cadavérica y los ojos lacrimosos, vestido con amplia túnica de terciopelo cubierta de flores de oro, hasta el punto de que la rica tela apenas se distinguía como débil arabesco entre las complicadas revueltas del bordado.

De no conocerle, hubiese temblado por su existencia. Se sintió agarrada por unas manos poderosas que la despegaron del suelo. Luego una boca ávida estampó en la suya dos besos agresivos. «¡Toma, y toma!...» Ferragut se arrepintió al ver á su prima temblando contra la pared, con una palidez de muerte, los ojos lacrimosos. Te he hecho daño. Soy un bruto... ¡un bruto!

Se había puesto excesivamente, monstruosamente gruesa; el pecho desbordaba del corsé; la cintura, salida de madre, invadía las caderas; los brazos, del codo al hombro, tenían más de muslos que de brazos; el cuello, corto, con un collar de grasa, que caía en blanda papada sobre el cuerpo del vestido, manchado por la transpiración y los polvos de arroz; la cara, mofletuda, colorada, reluciente; los ojos, enterrados en tanta gordura, lacrimosos, a la sombra de un flequillo postizo, que se encrespaba sobre las cejas peladas... Y encima del peinado pretencioso, una capota rosa, una capotita monísima... ¡Qué bajón tan grande había dado la señora de Esteven!

Y la pobre mujer, no pudiendo resistir más, cubríase con el abanico los lacrimosos ojos, mientras doña Manuela le recomendaba la serenidad. No llore usted, Teresa; eso es lo que le gustaba al mío. Los hombres gozan haciéndonos padecer. Todo menos llorar. Cuando usted hable con Antonio, muéstrese seria y altiva. Nada de cariño; si no, los muy pillos se esponjan y se engríen. ¿Hablarle yo?

Venus ocultó sus desnudeces de mármol en las ruinas del incendio, esperando renacer tras un sueño de siglos, bajo el arado del rústico. El tipo de belleza fue la virgen infecunda y enferma, enflaquecida por el ayuno; la religiosa, pálida y desmayada como el lirio que sostenían sus manos de cera, con los ojos lacrimosos, agrandados por el éxtasis y el dolor de ocultos cilicios.

El capitán Ferragut se había quedado allá por un negocio importante, pero no tardaría en volver. Su segundo le esperaba de un momento á otro. Tal vez hiciese el viaje por tierra, para llegar antes. Esteban se asombró al ver que su madre no aceptaba esta ausencia como un suceso insignificante. La buena señora se mostró preocupada y con los ojos lacrimosos.

He enviado el Bobo a Madrid a que vea las máscaras, y la vieja está en la Doctrina, en ese corralón de Bellasvistas donde juntan las señoras al rebaño femenino de la busca para que cante oraciones. Zaratustra, que se preciaba de conocer a todo Madrid, había oído hablar de alguna de estas damas devotas cuando eran jóvenes, y reía, guiñando sus ojos lacrimosos.

Méndez fue el discípulo fiel que acompaña siempre a los grandes hombres en su agonía. Las últimas cartas del Almirante lo elogian y lo recomiendan a la gratitud de sus descendientes, que jamás hicieron nada en su favor. Cuando, en el último viaje, el más desgraciado de todos, el descubridor se veía en un apuro, sus ojos lacrimosos de viejo buscaban a Méndez. «¡Hijo!, ¡hijo!», le decía.