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Su teatro era la alcantarilla, y un fango espeso y mal oliente cubría todos sus personajes. Y tal era el temperamento de aquel hombre insigne, que cuanto Dios crió lo veía feo, repugnante y asqueroso. Estos epítetos los encajaba en cada página, ensartados como cuentas de rosario.

A cuál por asirle de alguna parte segura, por estar todo tan manido le agarraba el corchete de las puras carnes y aun no hallaba de qué asir, según los tenía roídos la hambre. Otros iban dejando a los corchetes en las manos los pedazos de ropillas y gregüescos; al quitar la soga en que venían ensartados, se salían pegados los andrajos.

Era una cadena de eslabones humanos brutalmente ensartados; gente forjada del Rey que iba a las galeras; una cuerda de presos. En torno suyo caminaban custodiándoles, sable en mano o arma al brazo, unos cuantos soldados. Lo que Lázaro había visto brillar en lontananza eran los hierros de las bayonetas.

Porque te hago saber, Sancho, que cuando llegé a subir a Dulcinea sobre su hacanea, según dices, que a me pareció borrica, me dio un olor de ajos crudos, que me encalabrinó y atosigó el alma. ¡Oh canalla! -gritó a esta sazón Sancho- ¡Oh encantadores aciagos y malintencionados, y quién os viera a todos ensartados por las agallas, como sardinas en lercha!

Las demás guardas quedaron atónitas y suspensas del no esperado acontecimiento; pero, volviendo sobre , pusieron mano a sus espadas los de a caballo, y los de a pie a sus dardos, y arremetieron a don Quijote, que con mucho sosiego los aguardaba; y, sin duda, lo pasara mal si los galeotes, viendo la ocasión que se les ofrecía de alcanzar libertad, no la procuraran, procurando romper la cadena donde venían ensartados.

Pero también es cierto que mientras los noveles armeros limpiaban sus bombardas y les hacían tragar un polvo negro que debe de ser obra del diablo y les atacaban una de sus pelotas de hierro, nosotros los arqueros blancos solíamos atizarles hasta diez flechazos cada uno, dejando ensartados y tendidos á buen número de aquellos bellacos, que Dios confunda.

El ambiente estaba embalsamado por el aroma del aceite frito de más de quince buñolerías, donde gitanas viejas y mozas freían y despachaban de continuo esponjados buñuelos, que unas personas se comían allí mismo con aguardiente o con chocolate y otras se los llevaban a su casa, ensartados todos en un largo, flexible y verde junco.

Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, en esta gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia que, después que entre el famoso don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, su escudero, pasaron aquellas razones que en el fin del capítulo veinte y uno quedan referidas, que don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres a pie, ensartados, como cuentas, en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos. Venían ansimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie; los de a caballo, con escopetas de rueda, y los de a pie, con dardos y espadas; y que así como Sancho Panza los vido, dijo: