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Corre el torrente alborotado y ciego, y el Derecho parece una quimera; pero aun hay fe, y allí donde yo llego ha de llegar conmigo mi bandera. Es bandera muy santa. Me la dieron hombres ya muertos de mi propia raza. Ellos la amaron mucho y defendieron cuando tronó el insulto o la amenaza. Y hoy la defiendo yo. No sea el torrente la fuerza superior que la derribe.

Yo no tengo la ambición de que se me crea perfecta dijo la condesa erigiendo en mi casa un tribunal de justicia; lo que quiero es que se me tenga por leal y sólida amiga, cuando hago respetar y defiendo a los que me dan ese título. Rafael Arias entró en aquel instante. Vamos, Rafael dijo la condesa , ¿qué dirás ahora?, ¿te burlarás de esa encantadora mujer?

Estas calumnias le servían de desahogo y si le preguntaban el motivo de su inquina, contestaba: «Señores, yo me debo a la causa que defiendo, y veo con tristeza, con grande, con profunda tristeza que esa señora, la Marquesa, doña Rufina, en una palabra, desacredita el partido conservador-dinástico de Vetusta». Después de saborear el tributo de admiración del público, Ana miró a la bolsa de Mesía.

Poca cosa dijo Tres Pesetas, que era el más atrevido. No más que abrirle un tragaluz en la barriga pa que salgan á misa las asaúras. Vamos, marchaos á vuestras casas dijo el militar con mucha entereza: yo le defiendo. ¿Usía? , yo. Marchaos, yo respondo de él. Pues sino ize ¡viva la...! ¡viva la Constitución! exclamaron todos á la vez, menos Calleja, que se estaba riendo como un idiota.

Se aproximó al joven, le puso una mano en el hombro y murmuró con acento de maternal compasión: ¡Pobre hijo mío, te das mucho trabajo por nada y aun creo que te has metido en un mal negocio!... No soy de tu parecer, mamá; la causa que defiendo es justa y además no puedo abandonar ahora a las honradas gentes que me han confiado sus intereses.

Me he comprado una botella de eso que llaman fine Champagne, y cuando veo que me entra la gran tristeza, cuando siento que se me desgarra el corazón y se me retuerce toda el alma, me tomo mi copita... ¡Padrino! Somos frágiles... A mi edad... No te enfades. Cuando estoy con el mareo, te veo, te defiendo, te pongo en las nubes, hago por ti las cosas más bellas, arriesgadas y sublimes...

Et diçen que son estos los dos moros que ellos y quieren poner, Famet et Zahec. Et pidiéronme merced que me ploguiesse, et yo téngolo por bien. Onde mando et defiendo que estos quatro moros que el cavildo tomare para su Eglesia que non pechen et que los muden cada que quisieren, et tomen quales quisieren. Et nenguno non sea osado de les demandar pecho nenguno. Et non fagades ende al.

La menor es que sea borracho Barinaga.... De modo que si usted me niega los... prodromos del mal.... Don Robustiano se puso colorado al pensar que había dicho un disparate. Qué hipódromos ni qué hipopótamos; yo defiendo a un ausente....

Alguien calificará tal vez a esta señorita de engreída, fastidiosa y hasta inaguantable. Yo ni la defiendo ni la injurio. La pinto como ella fue, sin quitar ni poner nada.

En suma, yo me defiendo como puedo de las bromas de mi padre y me limito a ser buen jinete, sin estudiar esas otras artes, tan impropias de los clérigos, aunque mi padre asegura que no pocos clérigos españoles las saben y las ejercen a menudo en España, aun en el día de hoy, a fin de que la fe triunfe y se conserve o restaure la unidad católica.