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Recuerde usted que Dafnis aprende al cabo cuál es el verdadero fin de amor, y, á pesar de su pasión, se domina por temor de lastimar á Cloe, y no la hace suya hasta después de la boda. En suma, y para no cansar, yo no me defiendo de haber traducido el libro de Longo, aunque en Francia le tradujo un obispo. Quiero suponer, ó quiero afirmar y confesar que hice mal. Valgámonos de un símil.

Por tanto, el haber querido dar un aire de apodo y de vilipendio a los calaveras, es una injusticia de la lengua y los hombres que acertaron a darle los primeros ese giro malicioso: yo por rehúso esa voz; confieso que quisiera darle una nobleza, un sentido favorable, un carácter de dignidad que desgraciadamente no tiene, y así sólo la usaré, porque no teniendo otra a mano, y encontrando esa establecida, aquellos mismos cuya causa defiendo se harán cargo de lo difícil que me sería darme a entender valiéndome para designarlos de una palabra nueva; ellos mismos no se reconocerían, y no reconociéndolos seguramente el público tampoco, vendría a ser inútil la descripción que de ellos voy a hacer.

Mi catedral no es una majadería, sino á los ojos de los majaderos, doctor Desmarest; por otra parte yo defiendo mi derecho, combato por la justicia: esos bienes me pertenecen; se lo he oído decir á mi padre más de cien veces, y jamás pertenecerán, por mi voluntad, á personas tan extrañas en definitiva á mi familia, como usted, mi querido amigo, ó como el señor, agregó designándome con un signo de cabeza.

¡Pues ya lo creo que la defiendo!... ¡Su desvergüenza!... La desvergüenza de ustedes justifica la suya... Si vosotras la tenéis para recibirla, ¿por qué no la ha de tener ella para presentarse?... ¡Vaya! exclamó escandalizada la marquesa de Lebrija, presidenta general de tres asociaciones piadosas . Yo quisiera que me dijera usted qué se hace entonces en Madrid con esa clase de personas...

Injúriame, hiéreme, mátame: no me defiendo. El martirio no me arredra. Mi voluntad, de Dios abajo, nadie la mueve. Y si acaso mi voluntad quedase aniquilada por la muerte, la idea que sustento siempre quedará viva, triunfante... MÁXIMO. No veo, no puedo ver ideas grandes en quien no tiene grandeza, en quien no tiene piedad, ni ternura, ni compasión. PANTOJA. Mis fines son muy altos.

Yo no soy como ; yo no tengo el orgullo de mis crímenes, ni los defiendo, por ser míos, contra la razón y el derecho de los demás.

No creo que sea imprudente declararlo desde luego: el extremado ardor con que yo defiendo lo que creo justo, me está produciendo serias desazones; se me ha tachado de imprudente. Nada sabemos aún de positivo sobre los acontecimientos actuales; se dice que París fue tomado el 31 de marzo, y estamos a 10 de abril sin haber recibido todavía noticias oficiales.

Yo me defiendo y combato, y rompo vigorosamente los nudos gigantescos de sus turbillones; lo desgarro y lo muerdo, y tasco entre mis dientes las arenas de sus miembros. El huracán quiere evadirse y deslizarse, en forma de columna, del ahogo de mis brazos; no puede lograrlo, y se estrella y rompe.

De cualquier modo que sea, conste que yo no defiendo aquí esta o aquella opinión. No es lo que escribo un tratado de filosofía política. No intento tampoco presentar a doña Luz como un dechado de excelencias, sino presentarla tal como ella fue.