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Cuando se ha estado, durante medio siglo, sentado doce horas por día en un cabriolé de médico de campo, sacudido y zangoloteado por los guijarros y los mogotes de tierra, bien se le pueden pegar a uno las sábanas alguna vez, sobre todo cuando ha dejado su tarea a salvo en manos de otro más joven.

Estos aguazales se mezclan con tierra y guijarros y el arroyo que pasa se va llevando gota á gota sus manchados residuos. Encanta ver esas nieves de algunos días. Gusta seguir con la mirada su variable decoración, apenas aparecen, cuando se deshacen.

Un tanto reposado, pasé a la orilla del río para ver qué vapores había; ¿sabéis cual fue mi primer encuentro? Mi tuerto sabanero, sentado melancólicamente en una piedra, con mi maleta terciada a la espalda, al rayo del sol y entregado a la plácida tarea de hacer patitos en el agua con guijarros que elegía cuidadosamente. ¡Oh, santa paciencia!

Parecían nacer niños de entre los guijarros del pavimento: bulliciosas bandas ocupaban las aceras, entregándose a sus juegos con la libertad de un villorrio.

Para el oído de Gillespie no era gran cosa: hubiese equivalido en el mundo de los seres de su estatura al ruido que produce el choque de dos guijarros, ó al de varias bolas de espuma de jabón cuando estallan. Pero el capitán Flimnap, que tenía más limitadas y por lo mismo más sensibles sus facultades auditivas, se estremeció de los pies á la cabeza, vacilando sobre la mano del gigante.

De pronto, un golpe seco. La bola había terminado su fuga circular, cayendo en un número. Se prolongaba el silencio; los rostros parecían estirarse aún más; los puños se apretaban convulsivamente. Otra vez el ruido de guijarros movidos por la ola. Las raquetas barrían el campo verde. Mal número para el público.

Entraron otra vez en la sala y, tentando el suelo, tropezaron con el tarro de la ginebra, que no estaba agotado por completo. Dieron con las copas y se escanciaron todo lo que había. Acto continuo salieron a la calle. El pavimento de gruesos guijarros estaba mojado. Caía una lluvia menudísima, tan espesa que en poco tiempo calaba la ropa como el más fuerte aguacero.

Mineros hay que no tienen temor en llevar sus trabajos de zapa hasta debajo del mar, desde donde no cesan de oir al terrible océano arrastrar constantemente los guijarros de granito por encima de la bóveda que los protege; durante los días de tempestad, sólo á algunos metros de donde ellos trabajan van á estrellarse los navíos contra las rocas. #El barranco#

¡Cha: currela, que sinela er jambo! «¡Oye: trabaja, que mira el amo!» Y cada uno se entregaba a su faena, con tal ardor, con esfuerzos tan cómicos, que muchas veces Rafael no podía contener la risa. Había cerrado la noche. La lluvia caía como polvo de agua, sobre los guijarros del patio.

Allí trabaja también en masa ese apreciable pueblo de pequeños picapedreros, los esquinos, observados y tan exactamente descritos por M. Caillaud. Toda esa muchedumbre juzga exactamente al revés de nosotros. La bella Normandía les espanta; detesta y tiemblan á la vista de los rudos guijarros de las costas bravas, que los triturarían con la mayor facilidad.