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Por aquí no pasa un alma... dijo él . Es más, creo que por aquí no ha pasado nunca nadie. Lo menos hay dos siglos que no ha corrido por estas paredes una mirada humana... Calla, me parece que siento pasos. Pasos... ¿a ver?... , pasos. En efecto, alguien venía. Oyose, sin poder determinar por dónde, un arrastrar de pies sobre los guijarros del suelo.

Además, representaba una gran tranquilidad para ella y para Carmen que figurase en la cuadrilla este hombre serio, de morigeradas costumbres, al lado de los otros «chicos» y del mismo espada, que al verse solo era sobrado alegre de carácter y se dejaba arrastrar del deseo de verse admirado por las mujeres.

¡Ah, el populacho! ¡Con qué asco hablaba Urquiola de la masa sin voluntad que se dejaba arrastrar por falsos sabios, de pretendida ciencia! Se indignaba pensando en la ceguera de aquel rebaño, que en los conflictos de la miseria se revolvía contra los sacerdotes y especialmente contra los jesuítas.

Lo que pienso hacer es replicó el alcalde daros cada cien azotes, y, en lugar de la pica que vais a arrastrar en Flandes, poneros un remo en las manos que le cimbréis en el agua en las galeras, con quien quizá haréis más servicio a su majestad que con la pica.

Estos mozos van a la hoguera. ¿No vio qué alborotado iba Celesto, don Andrés? Y al recordar la grotesca figura del seminarista rió con toda su alma. Andrés, por contagio, también se dejó arrastrar hacia la risa.

Detenidos éstos en la mencionada capa social, sólo de ella pueden los escritores esperar hoy el galardón que apetecen. Lo malo es que las gentes que forman esta capa social son, a mi ver, poco a propósito para el fallo. Egoístas en grado sumo, se dejan arrastrar de la pasión o del interés del momento.

Entonces comenzó esa hermosa época de noviazgo, exquisita, época sin igual en la vida. Nada tan delicioso como esos días de amor ingenuo, de fe, de ilusiones completas y de niñerías. ¡Ah, cuánto compadezco a los que no han amado así! ¡Cuánto compadezco a los que se dejan arrastrar por sus locuras lejos del hogar común y del amor legítimo!

Desde niña había adquirido fama de decir muy bien los versos. En los salones suele haber señoras que cantan, y se las aplaude; las hay que tocan el arpa, y a éstas también se las aplaude, aunque no tanto; otras, por fin, bailan sevillanas, y éstas son, en realidad, las que más entusiasmo inspiran y consiguen arrastrar los corazones masculinos.

En esto estoy, querido hermano... Lacante no sabe nada, lo que es ya mucho, así como lo es el tener un poco de simpatía en el estado de ánimo en que me encuentro. ¿Hablar a los de Oreve? Me falta valor. Arrastrar a mi pobre Luciana de puerta en puerta, como sospechosa, como acusada, sin que ella lo sepa para defenderse, se parece mucho a una traición.

Durante algunos minutos luché con todas mis fuerzas para conseguir mantener sobre la superficie la cabeza de la pobre niña inconsciente, sin embargo, era tan poderosa la corriente, con sus masas de hielo flotante, que toda resistencia parecía imposible, y ambos fuimos arrastrados cierta distancia río abajo, hasta que al fin, llamando en mi auxilio mis últimas fuerzas, conseguí salir del peligro con mi insensible carga y llegar a un banco de arena, donde pude sosteniendo una fiera lucha, saltar a tierra y arrastrar a la pobre niña sobre la orilla helada.