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Poco mas ó ménos todos los partidos gobiernan con los mismos medios: la fuerza, la represion, la intriga, la corrupcion de las conciencias. ¡Cosa extraña! la gran masa del pueblo español detesta el gobierno del sable y desea la ruina del militarismo; y sinembargo todos los ministerios se apoyan sucesivamente en las bayonetas.

Quizás por esto mismo tampoco sirve allí de timbre y loor á un hombre el ser un D. Juan Tenorio ó cosa parecida. ¡Todo el mundo detesta y condena al infame que sedujo á una joven en estado de merecer, perdió á la mujer del prójimo ó dejó abandonada á la suya! ¡Dure mucho en mi amada tierra este sentido moral! Cuando él falta, los pueblos más prósperos son una repugnante sentina. Dígalo París.

Ante el público, ante la Europa, esos hombres son sus amigos: algunos son sus ministros, otros son sus consejeros de Estado, otros los diputados que apoyan sus decretos en las Cortes. Aparentemente el Rey les ama; pero en realidad les odia, les detesta. Por ellos se entroniza el sistema constitucional; ellos dan fuerza al liberalismo.

El pueblo de Madrid lo hará bien; los detesta, y allá irán unas turbas que ya, ya ... ¿Conque al fin no va usted á que le designen su puesto? dijo Lázaro para disimular su propósito. Voy. Yo espero aquí un recadillo del amo del café. Adiós dijo Lázaro, saliendo con precipitación. Su resolución era irrevocable. No podía permitir que se llevara á efecto aquel complot infame.

Ja, ja, mis buenos amigos; es el doctor Escañote, de Corrientes, un incorruptible, me detesta, ¿y saben ustedes por qué? Una noche en París este señor, que se había instalado con toda su prole en un mal hotel de cuarto orden, hacía la cola en la boletería de Variétés donde se daba la Femme

Reina detesta tanto la música, que atribuye a los demás, sus propias impresiones. ¡Buenos descubrimientos me obligan a hacer mis propias impresiones! respondí con voz temblona. ¿Qué te pasa, Reina? Has de estar de mal humor porque no has dormido anoche. No estoy de mal humor, Juno, pero detesto la hipocresía, y repito y sostengo y sostendré hasta la muerte que Pablo ha bostezado que era un gusto.

Toda imaginación juvenil ve en esto el símbolo de la guerra, un combate, y empieza por acobardarse. Luego, notando que aquel furor tiene límites ó se detiene, el niño, tranquilizado ya, detesta más bien que teme la cosa salvaje al parecer enemistada con él. A su vez arroja guijarros al gran enemigo mugiente. En julio de 1831 me entretuve en observar ese duelo en el puerto del Havre.

Cuando se teme de ese modo la llegada de un día que nos ha de traer algo malo, la imaginación tiene como una extraordinaria fuerza de odio, con la cual personifica ese día que se detesta; la imaginación ve acercarse este día, y lo ve en figura de no qué monstruo amenazador que avanza con la mano alzada y la mirada llena de ira. Hay días en que el sol no debiera salir.

Don Juan, sepa usted, si no lo sabe, que yo tan bién tengo mi humanidad como cualquier hijo de vecino, que me intereso por el prójimo hasta que favorezco á los que me aborrecen. Usted me odia, D. Juan, usted me detesta, no me lo niegue, porque no me puede pagar: esto es claro. Pues bien: para que vea usted de lo que soy capaz, se lo doy al cinco... ¡al cinco

No encontrarías dificultades... No eran las siete de la mañana cuando el tío Griel, un ladino que tiene la costumbre de tratar los negocios al salir de la cama, vino a consultarme sobre la venta de su prado de Ognolles y me insinuó de paso que piensa dar a su hija cien mil francos de dote... y que la chica no detesta a los militares...