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Después, la rubia generala cantó con gracia, la «Femme a barbe»: y cuando el general marchó con su escolta cosaca hacia el Yamen del príncipe Tong, a informarse de la residencia de la familia Ti-Chin-Fú, yo, repleto y bien dispuesto, salí con Sa-Tó a ver Pekín. La vivienda de Camilloff quedaba en la ciudad tártara, en los barrios militares y nobles. Reina allí una tranquilidad austera.

Ja, ja, mis buenos amigos; es el doctor Escañote, de Corrientes, un incorruptible, me detesta, ¿y saben ustedes por qué? Una noche en París este señor, que se había instalado con toda su prole en un mal hotel de cuarto orden, hacía la cola en la boletería de Variétés donde se daba la Femme

Les sœurs jalouses ou l'echarpe et le bracelet, de Lambert, de La banda y la flor, de Calderón. L'école des jaloux, de Montfleury, de Argel fingido y renegado de amor, de Lope. Les intrigues amoureuses, de Gilbert, de Amar sin saber á quién, de Lope. La femme juge et parti, de Montfleury, de La dama corregidor, de dos ingenios. La dame médicin, del mismo, de Amor médico, de Tirso.

En la historia universal, desde Troya hasta ahora, el amor ha jugado un papel importantísimo, usurpando con frecuencia su lugar a la majestad de la lógica para llevar por el mundo el soplo de la locura. Los investigadores e intérpretes de la historia antigua y moderna debían atenerse siempre al popular aforismo francés: «Cherchez la femme».