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Salvador, vacilante, repuso: Probablemente también iré a París; pero por de pronto me detendré en el Havre unos días. ¿ vas derecho a la capital? A toda prisa, hijo; me interesa poco el gran puerto que los revolucionarios llamaron Havre-Marat....

Habiendo ido la americana a despedirse de la vizcondesa en la víspera de su partida para New York, vía Havre, resolvió aquélla aprovechar la oportunidad y poner los cimientos del proyecto que hacía algunas fechas venía acariciando: claramente advirtió que miss Nicholson deseaba hacerle alguna confesión, circunstancia que llenó de gozo a la de Aymaret, quien, por su parte, estaba decidida a pedírsela a aquélla.

La maldita casualidad me llevó un día del Havre á Honfleur, á bordo de una embarcación que rebosaba de esos imbéciles. A pesar de lo corto de la travesía, como los señoritos se fastidiaban, organizaron un sarao. Verdad es que no se oían los acordes de su instrumento, pues, la profunda voz del mar, que solemne, formidable, bramaba á nuestro alrededor, ahogaba aquellos débiles sonidos.

Y si por acaso de aquí a algún tiempo una paloma blanca fuese a batir sus alas delante de su vidriera, es que yo aporté al Havre en mi arca, llevando conmigo, entre otros animales, a Pinho y a doña Paulina, para que, más tarde, cuando hayan bajado las aguas, Portugal se repueble con provecho, y el Estado tenga siempre Pinhos a quienes pedir dinero prestado, y Quinitos gordos con quienes gastar el dinero que pidió a Pinho.

¡Pues bueno! obedezco... me iré mañana... si no hay vapor en nuestros puertos marcharé a tomar uno en Inglaterra... Esta noche le mandaré la carta para Fabrice... se la entregará usted en tiempo oportuno... Adiós, señora... Estrechó efusivamente con sus dos manos la mano de la vizcondesa y se retiró. Dos días después se embarcaba en el Havre con rumbo a los Estados Unidos.

Toda imaginación juvenil ve en esto el símbolo de la guerra, un combate, y empieza por acobardarse. Luego, notando que aquel furor tiene límites ó se detiene, el niño, tranquilizado ya, detesta más bien que teme la cosa salvaje al parecer enemistada con él. A su vez arroja guijarros al gran enemigo mugiente. En julio de 1831 me entretuve en observar ese duelo en el puerto del Havre.

Y el 15 de abril de 1880, M. Scott, Zuzie y Bettina bajaron del tren del Havre a las cuatro y media, en la estación Saint-Lazare, y encontraron a madama Norton, que les dijo: Ahí tenéis vuestra calesa en el patio, y detrás de la calesa está el landó para los niños, y más allá un ómnibus para los criados, todos con vuestras iniciales, conducidos por vuestros cocheros y tirados por vuestros caballos.

Bettina ha dormido muy poco, y durante toda la noche decía: ¡Con tal que no llueva mañana! Va a ser un día precioso, y como Bettina es algo supersticiosa, esto le infunde esperanza y valor. La jornada principia bien y terminará bien. M. Scott ha vuelto hace unos días. Bettina lo esperaba en el muelle del Havre con Zuzie y los niños.

Sus comunicaciones marítimas con todo el mundo, y las que los ferrocarriles le han procurado hácia España, el Mediterráneo y todo el interior de Francia, le han dado una importancia universal, en competencia con Marsella, Nántes y el Havre, que son con Burdeos los mas grandes puertos del imperio frances.

Desde París, desde el Havre, hasta momentos antes de ir a bordo, la escribió cartas llenas de confianza y de ternura, a las cuales ella contestó con un telegrama, pues no había tiempo para más, en que discreta y veladamente ratificaba su promesa. Luego, cuando durante la navegación dejó de recibir aquellas frases que le recordaban el compromiso adquirido, volvió de nuevo a la resistencia.