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Yo estoy heroica y me callo... La de Aimont gime al hablar de la increíble suerte de esta muchacha que ha encontrado el secreto de pescar tan buen partido. La cosa les es más sensible porque el joven de Martimprey exige 20.000 pesos de dote en vez de 10.000, para casarse con Paulina. Es lo último... Los Aimont están furiosos por tal regateo, y es natural.

Besó a su hermana con mucha zalamería, y volviéndose al cura, dijo: Si supierais, señor cura, cuán buena es. ¡Bettina, Bettina! Vamos, Paulina dijo Juan, pronto, dos asientos más; yo te ayudaré. Y yo también exclamó Bettina, yo también quiero ayudaros. ¡Oh! ¡esto me divertirá tanto! Pero, señor cura, permitidme hacer de cuenta que estoy en casa.

Ella fue quien reconstruyó la iglesia, ella quien mantenía la botica del presbiterio a cargo de Paulina, la sirvienta del cura, ella quien, dos veces por semana venía en su gran landó, cubierto de vestiditos de niños y gruesas enaguas de lana, a buscar el abate Constantín para salir a caza de pobres, como ella decía. El anciano sacerdote continuó su camino pensando en todo esto.

¡Católicas, católicas! exclamó la vieja Paulina, apareciendo radiante, con los brazos levantados hacia el cielo, en el umbral de la cocina. Madama Scott miraba al cura, miraba a Paulina, muy asombrada de haber producido tal efecto con una sola palabra, y para completar el cuadro, apareció Juan trayendo las dos bolsas de viaje. El cura y Paulina lo recibieron con la misma palabra.

Era la excelentísima señora doña Paulina Gómez de Rebollar de González de Hermosilla, eminente literata, poetisa afamada, a quien Butrón había echado el ojo para secretaria de la junta de señoras.

Y cuando yo estaba clavado por la gota en mi sillón, ella hacía las visitas sola, tan bien o mejor que yo. Paulina vino a interrumpir esta conversación apareciendo con una inmensa ensaladera de loza, sobre la cual campeaban, violentas y chillonas, grandes flores rojas. Aquí vengo a buscar la ensalada. Juan, ¿quieres lechuga o achicoria? Achicoria respondió Juan alegremente.

siguió diciendo la de Aimont, tratando de salvar la situación, es indiscutible que el matrimonio es difícil para nuestras hijas. ¡Hay tan pocas buenas posiciones!... Es imposible casarlas con un empleadillo de 600 o 800 pesos de sueldo. ¿Verdad, Paulina? , mamá. Sin embargo se atrevió a decir la Sarcicourt con una apariencia de valor, esos son los sueldos ordinarios de los jóvenes.

La de Dumais parecía literalmente sobre ascuas, la abuela fruncía la nariz y la de Aimont contenía una enorme gana de reír, mientras que la de Sarcicourt y Paulina echaban a su alrededor miradas de ciervas moribundas. Hacer frente a la intrépida señorita Bonnetable... Qué audacia...

Paulina hizo bruscamente una nueva aparición. ¡Dos mil francos, dos mil francos! Así parece... así parece... tomad, Paulina, guardad este dinero, y tened mucho cuidado con él... Muchas cosas era en la casa la vieja Paulina: sirvienta, cocinera, boticaria, tesorera.

¿Y la Melanval, la encuentran ustedes bien armonizada? preguntó Paulina, que habla poco y escucha mucho.