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Yo soy madre del único hijo de la casa, madre soy, bien claro está, y no hay más nieto de don Baldomero que este rey del mundo que yo tengo aquí... ¿Habrá quien me lo niegue? Yo no tengo la culpa de que la ley ponga esto o ponga lo otro. Si las leyes son unos disparates muy gordos, yo no tengo nada que ver con ellas. ¿Para qué las han hecho así?

No seré yo el que niegue que haya en nosotros algo de esa malicia picaresca, con que se zahiere una cosa ridícula; algo tal vez de ese sabor áspero que siente el español, cuando cata un manjar de nuestros vecinos; puede que haya eso en nosotros, sin que nosotros lo sepamos, como sin saberlo nosotros nos pican los mosquitos durante el sueño; pero esto no quita que en lo que decimos haya un gran fondo de verdad.

Mira que el que busca lo imposible es justo que lo posible se le niegue, como lo dijo mejor un poeta, diciendo: Busco en la muerte la vida, salud en la enfermedad, en la prisión libertad, en lo cerrado salida y en el traidor lealtad. Pero mi suerte, de quien jamás espero algún bien, con el cielo ha estatuido que, pues lo imposible pido, lo posible aun no me den.

Pero á bien que él ha sido siempre un alma de Dios y que no he de ser yo quien le ponga tachas ni le niegue un favor, que muy grande me lo hizo él pagando de su bolsillo el entierro de Frasquillo, mi hijo mayor, á quien tenía de aprendiz en el batán y me lo llevó la peste negra de hace dos años. ¿Y quién sois vos, mi buen señor? Un caminante.

Bueno: que no se niegue cuando se trata de una ofensa grave... ¿Dónde está aquí la ofensa grave? Vamos a ver, que me lo digan, ¿dónde está? ¡Válgate Dios! ¡Válgate Dios! Miranda dejó escapar un imperceptible sonido gutural. ¡Ya lo creo! siguió el comerciante.

En cuanto a mi amiga, harto la he exhortado, condenando su insistente celibato, y se me figura que al fin mis prédicas no serán inútiles. No lo niegue usted. Su voluntad está vacilante, y en aquello de si caigo o no caigo; de modo que si una persona tan respetable como el Sr. D. Pedro uniera sus amonestaciones a las mías... D. Pedro estaba verde, amarillo, jaspeado.

Si usted va todos los días a la aldea del bosque es, efectivamente, para llevar socorros, porque yo acabo de comprobarlo; pero diga usted cómo es posible que, siendo dados esos socorros en nombre de la señora priora, ella lo niegue, y qué secreto hay en todo eso

Vuelta a la meditación, tomando el hilo de ella en el mismo punto en que lo había soltado... «Y aunque el Sr. de Feijoo lo niegue hoy, es tan verdad que me rondaba la calle al año de perder a mi Jáuregui... tan verdad como que nos hemos de morir. Y si no, ¿qué hacía plantado en aquella dichosa esquina de la calle de Tintoreros?

Sinembargo, es fuerza reconocer que hasta ahora no se ha ensayado el sistema mixto que puede convenir mas: el de la libertad unida al estímulo; régimen reducido á estos principios: que el Estado ó el municipio busque al ignorante, donde quiera que se halle, y le ofrezca los medios de instruirse; que el ignorante sea libre de aceptar ó no la enseñanza que se le ofrece, y todo el mundo libre de enseñar ó aprender privada ó públicamente, sin reglamentos de la autoridad; pero que la ley le niegue al ignorante el derecho de intervenir en la direccion de los negocios públicos, puesto que la sociedad tiene el derecho de ser bien gobernada.

He merecido esto, y no puedo quejarme ni vituperar a usted, caballero... Pero a usted me dirijo, señorita; abogue por mi causa, que es también la suya... Conozco sus esperanzas, y puedo ayudarle a realizarlas... No me niegue usted esta satisfacción, la única que conviene a mi edad. ¡Es verdad! dijo Liette turbada; reflexiona; hijo mío... ¡La amas tanto!