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Abrióle, y lo primero que halló en él escrito, como en borrador, aunque de muy buena letra, fue un soneto, que, leyéndole alto porque Sancho también lo oyese, vio que decía desta manera: O le falta al Amor conocimiento, o le sobra crueldad, o no es mi pena igual a la ocasión que me condena al género más duro de tormento. Pero si Amor es dios, es argumento que nada ignora, y es razón muy buena

No he de dilatarme yo más, defendiéndola aquí. No ataca ni condena su pasado el autor incógnito del libro de que doy cuenta. Sólo añadiré, para terminar, que nadie puede pretender, ni los más fervorosos jesuítas, que la Compañía estuvo exenta de faltas y que todos sus individuos, que se contaban por miles, fueron unos santos, sin pecado y sin vicio, hasta la extinción de la Compañía en 1773.

Todos, según nuestra fe, hemos de resucitar con carne, y los cuerpos de los bienaventurados han de ser muy hermosos y gloriosos. Lo primero que manda Dios al hombre y á la mujer es que crezcan, se multipliquen y llenen la tierra. ¿Cómo, pues, ha de suponerse que Dios condena el amor sexual cuando ordena que nos multipliquemos?

No, no eres un niño; a ti no te duele que tu madre se consuma de impaciencia, se muera de incertidumbre.... La madre es un mueble que sirve para cuidar de la hacienda, como un perro; tu madre te da su sangre, se arranca los ojos por ti, se condena por ti... pero no eres un niño, y das tu sangre, y los ojos y la salvación... por una mujerota.... ¡Madre! ¡Por una mala mujer! ¡Señora!

«Prenderéis a don Juan de Lanuza, y hacedle cortar luego la cabeza», tal era la orden manuscrita de Felipe Segundo. ¿Y quién me condena? había preguntado el Justicia al oír la lectura de la sentencia. El Rey mismo le respondieron. Nadie puede ser mi juez replicó sino Rey y reino juntos en Cortes. Al otro día el primer magistrado de Aragón era degollado por mano de verdugo.

Me preguntaba si la ciencia de la frenología no es la ciencia de la desesperacion, de la fatalidad, puesto que ella comprueba la infalible relacion de cada órgano con un poder de inteligencia, un instinto y un sentimiento. «Pero no, me decia al reflexionar un poco: esa noble ciencia de la mecánica del cerebro, al revelar las leyes permanentes que rigen al hombre, no le condena á aceptar un fatalismo cruel.

La más horrible desgracia del mundo es sentirse impotente, no ya para demostrar la realidad de un hecho en el que una cree como en Dios, sino para discutir, siquiera, su posibilidad. Estamos hace dos años anonadadas bajo el peso abrumador de la condena.

Es que en el fondo del asunto había una verdadera cuestión política. Los conservadores y moderados se declaraban perecistas, antiperecistas los radicales y liberales. Del temperamento y de las ideas dependía pues el estar o en contra o en favor del acusado, por su condena o por su absolución.

Cuando la sociedad ha arrojado lejos de ella por una severa condena á un hombre indigno, no es el momento de irle á buscar para hacerle caricias y glorificarle. Yo no soy más que un hombre y no un san Vicente de Paul. Y por otra parte, ¿obraron de otro modo Tragomer y Marenval? El desgraciado Jacobo fué un paria para ellos como para todos los que le conocían.

Cada patrón echa su cartoncito en el lado de la lancha o en el de la casa, y luego se cuentan unos y otros. Si hay más votos para salir, el que quiera puede ir al mar, y el que no quiera puede quedarse; si la mayoría vota por no salir, entonces es obligatorio permanecer en tierra, y al que no cumple el acuerdo se le condena a una multa y se le decomisa el pescado que traiga.