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Dejólos Orellana en la accion, y volvió en busca de los demas para persuadirlos, representándoles el laudable ejemplo de sus compañeros: esfuerzos que no bastaron á empeñarlos; y receloso de un accidente desgraciado con la proximidad de la noche, mandó tocar la retirada, que se efectuó sin mas pérdida que la de dos hombres que se despeñaron.

Se iba ya acercando el ejército á las inmediaciones de la villa de Puno, y para tener noticias positivas de su situacion, determinó el Comandante General despachar un propio á D. Joaquin Antonio de Orellana, que mandaba en ella, y entre otras prevenciones, le decia, iba á toda diligencia á socorrerle con fuerzas poderosas, y que le adelantase las noticias del estado en que se hallaba el pueblo de Juliaca.

Buscaba en vano Orellana la subida, porque no habia vereda ni lado alguno que permitiese el acceso á la parte superior de la montaña en que se habian apostado los enemigos, cuya dificultad se aumentaba con la copiosa lluvia y granizo que experimentaron por algun tiempo.

Con la idea de cortarlos y que no se reuniesen á los demas, dió Orellana la órden para que un destacamento de caballeria saliese á atacarlos, lo que egecutó tan oportunamente, que al propio tiempo llegaron los indios fieles de Paucarcolla, Guaca y la Estancia de Moro, que los tomaron por la espalda.

Pero, obligados del esfuerzo del trozo vencedor que los cargó impetuosamente, tuvieron que ceder al órden y constancia de las tropas de Orellana, que empeñadas en la accion, mataban cuantos rebeldes se les oponian, hasta que amedrentados por el continuado fuego del fusil, se pusieron en desordenada fuga.

Mientras iba la infeliz pareja camino del Hospital, Doña Paca y su séquito, en dirección distinta, se aproximaban a su nueva casa, calle de Orellana: un tercero limpio, con los papeles y estucos nuevecitos, buenas luces, ventilación, cocina excelente, y precio acomodado a las circunstancias.

Por las espaldas de la iglesia de San Juan, acometieron con igual ó mayor empeño, pero los contuvo D. Martin Cea con su piquete de fusileros, y la caballeria de Calacoto y Juliaca, reforzada con los honderos de estos mismos pueblos que Orellana habia mandado apostar en aquel puesto desde los principios del ataque.

Esta situacion á la verdad arriesgada, le obligó á Orellana á pedir algun socorro al capitan de granaderos del regimiento de infanteria veterana de Lima, D. Ramon de Arias, y al coronel de milicias, D. José Moscoso, que con un destacamento de 500 hombres habian salido de Arequipa, y se hallaban á solas nueve leguas de distancia: pero unicamente le contestaron que no tenian órdenes de sus gefes para franquearselo, ni menos quisieron remitirle las municiones y víveres que solicitó comprarles, en el caso de que retrocediesen prontamente; como lo ejecutaron, dejando á Orellana en el centro de aquellas provincias sublevadas, sin mas recursos que los que tenia dentro el corto recinto que ocupaba, donde quedó solo, porque el Gobernador Moya se vió precisado á pasar á Arequipa para curarse las resultas de la herida que habia recibido en el muslo, en el ataque del dia 11 de Marzo.

Cuando se estaban tomando todas las disposiciones para verificarlo, llegó al campamento el corregidor Orellana, acompañado de muchos oficiales, y llenos de gozo refirieron, que los rebeldes habian desamparado aquella noche su situacion, y que segun se reconocia, se habian dividido en varios trozos, siguiendo cada uno distinta direccion.

De los nuestros salió herido el Gobernador de Chucuito de un bala de fusil, que le atravesó el muslo izquierdo, y el mismo Orellana se dislocó un pié de una caida de caballo, cuya incomodidad reparó brevemente, y continuó la accion. Otros oficiales y soldados fueron tambien heridos, y algunos de ellos peligrosamente, pero se terminaron con felicidad las resultas de sus heridas.