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Por su temperatura, la fuente nos resume su historia subterránea: con sólo mojar un dedo en sus aguas, podemos saber cómo ha sido su viaje á través de los ocultos abismos.

Lo peor del caso es que, ahora que lo reflexiono bien, me parece que alguna culpa tengo. No se ría usted de , por Dios, porque yo me estoy sorbiendo las lágrimas al mojar la pluma, y hasta ese borrón, que usted dispensará, es porque se me cayó una sobre el papel. Voy a contárselo a usted todo, como si estuviera en esa a sus pies en el confesonario. Se ha muerto la madre del Sr. de Artegui.

Bebió el agua milagrosa, mezclándola con las lágrimas que arrancaban á sus ojos la piedad y el dolor, y penetró en el santuario, donde pasó orando y llorando la mayor parte de la mañana. Cuando salió á recorrer aquellos campos, hollados por la planta del santo labrador, vió que el cielo se había nublado, y oyó decir á las gentes que se le iban á mojar las polainas al Santo.

Cada uno de ellos se iba acercando a la pila de agua bendita de su lecho, para mojar una rama de boj y esparcir aquella agua, mezclada con sus lágrimas, sobre el ataúd.

Mientras más trabajaba, con más energía y claridad repetía su mente lo que le había pasado aquella mañana. «Yo me voy a volver loca se dijo poniéndose a mojar la ropa . Más loca estoy que el pobre Maxi, y esto me acaba de rematar».

Pasar un objeto de las manos de Juan á las de Pedro sin cierta solemnidad sui géneris, valdría tanto como para la conciencia de un cristiano viejo un buen creyente sin bautizar, símil en que, sin duda alguna se fundaron los académicos de mi lugar para llamar á dicha ceremonia mojar el asunto.

La lluvia, que caía a torrentes, azotaba las ventanas del cuarto de Bettina. ¡Oh! ¡cómo llueve, cómo se va a mojar! Fue su primer pensamiento. Levántase, atraviesa su cuarto con los pies desnudos y entreabre un postigo. Empieza a despuntar el día, con una luz gris, opaca, pesada; el cielo está cargado de agua; el viento sopla tempestuoso, por ráfagas que hace girar la lluvia en torbellinos.

A cada salida, la pequeña corriente adquiere una fisonomía nueva; choca contra el saliente de una roca y salta en grupos de perlas; se rompe entre las piedras, luego se extiende en un pequeño rellano arenoso, lanzándose en seguida en una pequeña cascada cuyas gotas, separadas en el salto, van á mojar las hierbas de la orilla.

Todo lo miraba Sancho Panza, y todo lo contemplaba, y de todo se aficionaba: primero le cautivaron y rindieron el deseo las ollas, de quién él tomara de bonísima gana un mediano puchero; luego le aficionaron la voluntad los zaques; y, últimamente, las frutas de sartén, si es que se podían llamar sartenes las tan orondas calderas; y así, sin poderlo sufrir ni ser en su mano hacer otra cosa, se llegó a uno de los solícitos cocineros, y, con corteses y hambrientas razones, le rogó le dejase mojar un mendrugo de pan en una de aquellas ollas.

¡Cristo! El honor profesional estaba en peligro: había que mojar la oreja a aquel individuo que le quitaba el pan. Y como consecuencia inevitable, vino la espera al acecho, el escopetazo certero y el rematarle con la culata para que no chillase ni patalease más. En fin... ¡cosas de hombres!