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Su cariño de madre la hizo sentir una viva satisfacción ante los atavíos del pequeño. Le besó en la pintada boca, y redobló sus gemidos. Era la hora de comer. Batistet y los hermanos pequeños, en los cuales el dolor no lograba acallar el estómago, devoraron un mendrugo ocultos en los rincones. Teresa y su hija no pensaron en comer.

Había tenido palabras amorosas para el esclavo, pero no había roto sus cadenas; ofrecía un mendrugo al siervo moderno, pero no osaba el menor reproche contra la organización social que le condenaba a la miseria por el resto de su vida.

Mucha gala soldadesca sobre la sarna y la hambre, mucha orgullosa pluma en el sombrero para abajarlo a cada puerta pidiendo un mendrugo. Hartos años ha que las Cortes vienen voceando la protesta unánime del reino; no se ha querido escuchallas. Ya veremos en qué para aqueste menosprecio. Hablaba en pie, con el estoque apretado bajo el sobaco.

Cuando sonaron a lo lejos las campanadas de vuelta, echó el último trago, lió un pitillo, dio un beso al niño, arrojó al perro un mendrugo, y oprimiendo rápidamente el talle a la joven, como un avaro que palpa su tesoro, tomó el camino de la fábrica.

Llevaba en la mano un mendrugo de pan que le había dado la Señana para desayunarse, y, comiéndoselo, marchaba aprisa, sin distraerse con nada, formal y meditabunda. No tardó en pasar más allá de los edificios, y después de subir el plano inclinado, subió la escalera labrada en la tierra, hasta llegar a las casas de la barriada de Aldeacorba.

Y extrajo de su chaqueta un papel mojado, que contenía un mendrugo y un pedazo de queso. La sonrisa fría con que se negaba a aceptar los obsequios, cortaba toda insistencia. Zarandilla abría sus ojos turbios, como para ver mejor a aquel hombre asombroso. ¿Pero al menos fumará usted, don Fernando? dijo Rafael ofreciéndole un cigarro. Gracias; no he fumado nunca.

Cafetera, que no era lerdo, comprendió al punto hasta dónde alcanzaba su privanza y lo que podía esperar de sus dioses lares; y como, por otra parte, sus libérrimos instintos se le habían revelado diferentes veces hablando con sus compañeros sobre la vida raqueril, se decidió por el arte en el cual hizo su estreno pocos meses después del último mendrugo, que le aplastó la nariz para nunca más enderezársele.

El hombre de fatiga siempre encontraba un mendrugo y una copa de vino para salir del paso. Pero ¿y él? ¿Qué iba a ser de él, envenenado por una instrucción que de nada le servía, falto de la fuerza brutal con que se ganaban el pan los desgraciados de blusa?...

¡Yo hace dos días que no como, y toda el hambre dormida se despierta oyéndote roer!.... ¡Parezco un can! ¿Es el mar o son tus dientes en el mendrugo? ¡Cómo broa el mar! ¡No si el mar, si tus dientes, hacen ese gran ruido que no me deja descansar y se agranda dentro de ! ¡Es la voz de la cueva! El Caballero se tiende sobre las algas que sirven de camada a Fuso Negro.

Conocía su pasado: su juventud, transcurrida en los bajos fondos del periodismo de Madrid, batallando contra todo lo existente, sin conquistar un mendrugo de pan para la vejez, hasta que, cansado de la lucha, acosado por el hambre, y bajo el pesimismo del fracaso y la miseria, se había refugiado en el escritorio de Dupont para redactar los anuncios originales y los pomposos catálogos que popularizaban los productos de la casa.