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»De aquella manera estuve no qué tiempo, tendido en el suelo, al cabo del cual me levanté sin hambre, y hallé junto a a unos cabreros, que, sin duda, debieron ser los que mi necesidad remediaron, porque ellos me dijeron de la manera que me habían hallado, y cómo estaba diciendo tantos disparates y desatinos, que daba indicios claros de haber perdido el juicio; y yo he sentido en , después acá, que no todas veces le tengo cabal, sino tan desmedrado y flaco que hago mil locuras, rasgándome los vestidos, dando voces por estas soledades, maldiciendo mi ventura y repitiendo en vano el nombre amado de mi enemiga, sin tener otro discurso ni intento entonces que procurar acabar la vida voceando; y cuando en vuelvo, me hallo tan cansado y molido, que apenas puedo moverme. Mi más común habitación es en el hueco de un alcornoque, capaz de cubrir este miserable cuerpo. Los vaqueros y cabreros que andan por estas montañas, movidos de caridad, me sustentan, poniéndome el manjar por los caminos y por las peñas por donde entienden que acaso podré pasar y hallarlo; y así, aunque entonces me falte el juicio, la necesidad natural me da a conocer el mantenimiento, y despierta en el deseo de apetecerlo y la voluntad de tomarlo. Otras veces me dicen ellos, cuando me encuentran con juicio, que yo salgo a los caminos y que se lo quito por fuerza, aunque me lo den de grado, a los pastores que vienen con ello del lugar a las majadas. »Desta manera paso mi miserable y estrema vida, hasta que el cielo sea servido de conducirle a su último fin, o de ponerle en mi memoria, para que no me acuerde de la hermosura y de la traición de Luscinda y del agravio de don Fernando; que si esto él hace sin quitarme la vida, yo volveré a mejor discurso mis pensamientos; donde no, no hay sino rogarle que absolutamente tenga misericordia de mi alma, que yo no siento en valor ni fuerzas para sacar el cuerpo desta estrecheza en que por mi gusto he querido ponerle».

En aquel momento estallaron grandes gritos de sorpresa y terror á la izquierda del campo, hacia donde se dirigieron velozmente millares de infantes y jinetes y muy pronto se oyó á lo lejos el rumor de furioso combate. Á excepción de algunos centinelas y pajes, cuantos se hallaban cercanos á la tienda real habían desaparecido, voceando y arma en mano, en dirección al lugar de la lucha.

Mucha gala soldadesca sobre la sarna y la hambre, mucha orgullosa pluma en el sombrero para abajarlo a cada puerta pidiendo un mendrugo. Hartos años ha que las Cortes vienen voceando la protesta unánime del reino; no se ha querido escuchallas. Ya veremos en qué para aqueste menosprecio. Hablaba en pie, con el estoque apretado bajo el sobaco.

Seguramente eran las seis y media. ¡Adiós!, ¡adiós! ¡Cuándo volverían a oírle!... Luego pasó un tropel de chicuelos voceando los periódicos de la tarde, con la reseña de la corrida de toros. Un piano de manubrio rompió a tocar, en medio de la calle, un vals de opereta vienesa, con apresurado tecleo y acompañamiento de timbres.

Poco después que cantara el gallo por vez primera, se personó el cura de Riofrío en el cuarto de su sobrino, voceando ya como si fuesen las doce del día. Abrió la ventana con estrépito, y los rayos fríos, pero hermosos, del sol matinal dieron en el rostro de nuestro joven, que los acogió con una mueca nada estética. Vamos, gran dormilón, arriba: ¡arriba, hombre, arriba!

En el centro del corro los enormes jaulones, donde aleteaban inquietos los pajarracos de la Albufera o los pardos palomos, estremeciéndose a cada descarga, temiendo que les tocase el turno de volar por entre la lluvia de plomo; y junto a ellos el héroe de la fiesta, el colombaire, un mocetón despechugado, al aire los bíceps de hércules, limpiándose el sudor, girando como una peonza, haciendo toda clase de muecas y voceando la frase sacramental «¡a pacteantes de soltar las alas que oprimía entre sus manos ¡Allá va...! Y aquello era una batalla.

Maquinalmente, al llegar a la entrada de la calle estrecha de San Efrén bajó una mano para recoger el vestido que se iba manchando de barro, y al hacerlo aflojáronse sus dedos y dejó de apretar la carta, cuyo satinado papel le acariciaba las falanges.... Al cruzar la travesía del Puerto, su cabeza pareció despejarse, y vio el escaparate de la tercena y el buzón, con las fauces abiertas, como voceando «aquí estoy yo». Amparo soltó el vestido y sacó de debajo del mantón la mano derecha y la misiva.... Detúvose antes de alzar el brazo.

Volvió al chalet, y entró en su dormitorio, donde tenía recado de escribir; escribió una carta, y guardándosela en el pecho bajó las escaleras a brincos, y tomó a buen paso hacia la calle principal. Anochecía; encendíanse los primeros faroles, y se esparcían por el arroyo los pilluelos, niños de coro de la civilización, voceando los periódicos recién llegados de Paris.

Pero que estos, lejos de sentir aquel accidente, impuestos de la novedad por un indio desertor, habian hecho iguales demostraciones de júbilo, con sus cajas, bocinas y repetidas algazaras, voceando á los sitiados, que el ejército del Rey que acababa de llegar, y venia mandado por el Visitador General de estos reinos, D. José Antonio Areche, iba en su favor á castigarlos, por los muchos indios que habian muerto, y que luego verificarian que José Gabriel Tupac-Amaru habia procedido en virtud de órden de S.M., cuyas espresiones eran solo el efecto de la sagaz política con que el caudillo Tupac-Catari y sus capitanes los tenian seducidos y engañados.

Recorría las calles con el tomo en la mano, entraba en las librerías y se enteraba de cuántos ejemplares se habían vendido, iba a los cafés y leía en alta voz algunos versos dejando estupefactos a los parroquianos, y en todas partes voceando y gesticulando dilataba la fama del poeta. Tristán agradecía aquella devoción; pero no lo bastante; hay que decirlo sin ambages.