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¡Cuántas veces sentí su horrible clavo golpearme con áspera sevicia, y sentí a su furor cómo temblaba el cielo de las dichas que soñaba, como un mundo de luz que se desquicia! ¡Cuántas veces también alzó en mi pecho, la indómita borrasca de la angustia, y por las noches le encontré en acecho para robar mi sueño, sobre el lecho en que gemía por mi vida mustia!

Unos milímetros más abajo al apuntar, y habría rodado en la obscuridad, al pie de la puerta, como una bestia cazada. ¡Cristo! ¡Y así podía morir un hombre de su clase, víctima de la traición y el acecho de uno de aquellos rústicos!... Su cólera tomó un impulso vengativo.

Y con el trato frecuente que las dos señoras tenían, doña Silvia llegó también a ejercer gran influencia sobre su amiga, imprimiendo en esta algunos rasgos de su fisonomía moral. Era hombruna, descarada y cuando se ponía en jarras hacía temblar a medio mundo. Más de una vez aguardó en la calle a un acreedor, con acecho de asesino apostado, para insultarle sin piedad delante de la gente que pasaba.

¡Cristo! El honor profesional estaba en peligro: había que mojar la oreja a aquel individuo que le quitaba el pan. Y como consecuencia inevitable, vino la espera al acecho, el escopetazo certero y el rematarle con la culata para que no chillase ni patalease más. En fin... ¡cosas de hombres!

¿Cómo va una a hacer para casar a sus hijas, Dios mío? murmura la de Aimont. No puede una, sin embargo, ponerse al acecho detrás de un muro protector y tirar sobre los yernos posibles... A eso se llegará, señora dijo la abuela como consuelo... La caza a los maridos amenaza con hacerse bárbara... ¡Qué costumbres!...

Es preciso... pues... ... de otro modo... decía este hombre cuando el bufón y Quevedo se pusieron en acecho. Tembló toda Luisa. Ha sido herido, casi muerto añadió el soldadote. Pero yo... ; no tienes la culpa de que don Rodrigo Calderón haya tenido un mal encuentro, pero esto me impide pasar la noche á tu lado. ¿Tienes miedo? dijo Luisa.

Isidora dormía, al parecer, sosegadamente; D. José, que desde algún tiempo antes se había sometido a un meritorio régimen de sobriedad en alimento y lecho, se recostó vestido en un sofá de paja, frontero a la cama de su ahijada, el cual le servía de punto de acecho o vigilancia para no perder ni el más ligero movimiento de la enferma. Toda la noche ardía una vela, puesta dentro de una jofaina.

Desde allí, y de atrás, acechó a su compañero, recogiendo el revólver caído; pero Podeley yacía de nuevo de costado, con las rodillas recogidas hasta el pecho, bajo la lluvia incesante. Al aproximarse Cayé alzó la cabeza, y sin abrir casi los ojos, cegados por el agua, murmuró: Cayé... caray... Frío muy grande...

Pensó no ver nada y vio algo que de pronto le impresionó, una mujer bonita, joven, alta... Parecía estar en acecho, movida de una curiosidad semejante a la de Santa Cruz, deseando saber quién demonios subía a tales horas por aquella endiablada escalera.

Un bulto negro descendía las escaleras del vestíbulo de casa de Artegui. A la luz de los astros, y a la de los lejanos faroles de la calle, se advertía su vacilante andar, y a las manos que frecuentemente llevaba a su rostro. Miranda esperó, esperó como el cazador en acecho. El bulto iba acercándose.