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¡Voto a tal! no se moleste usted, señor Durand; usted es uno de los antiguos, un amigo del pobre señor Kernok. Y de nuevo levantó los ojos al cielo suspirando. ¡Qué quieres, muchacho! cuando llega la hora de desamarrar dijo el señor Durand sorbiendo, con un largo resoplido, una gota de aguardiente que quedaba en el fondo de su vaso , cuando el cable cede, el áncora se va al fondo.

Cierto mediodía, al cruzar el largo puente del Tormes, viole sorbiendo sol, la espalda contra el pretil, los brazos en cruz y los ojos fijos en el cielo, como si esperara, cual otro San Pablo, ver bajar de las nubes, en el pico de un pájaro, el milagroso mendrugo. La pinta era buena. Había estofa para un paje, Ramiro preguntole: Muchacho: ¿buscas amo?

Permaneció Artegui un rato indeciso, de pie en mitad de la estancia, mirando a la niña, que sin duda se estaba sorbiendo las lágrimas silenciosamente. Al fin se acercó a ella, y hablándole casi al oído: Después de todo murmuró , no hay para qué se apure usted tanto. ¡Guarde usted sus lágrimas, que si vive, tiempo y ocasión tendrán de correr! Bajando aún más su voz timbrada, añadió: Me quedo.

Los hombres de talento tienen magnífico ojo para estas cosas. ¡Que sea para bien! ¡Que dure muchos años!...». Y las otras mujeres, árabes, italianas, españolas, se agrupaban en torno de Nélida, admirando su hermosura, sorbiendo el aire cual si quisieran apropiarse algo de su perfume, empujándose para sentir el roce de sus miembros, conmovidas aún, a pesar de la identidad de sexos, por lo que habían visto aparecer en mitad de la escalera.

Quitáronselo a los otros mendigos para dárselo, y ellos, con el enojo, siguiéronle, y vieron que en un rincón detrás de la puerta estaba sorbiendo con gran valor, y sobre si era bien hecho engañar por engullir y quitar a otros para , se levantaron voces y tras ellas palos y tras los palos chichones y tolondrones en su pobre cabeza.

Después, el espléndido banquete en los estupendos comedores de la casa de la «hermosa desposada»; y aquello fue la de vámonos. De lo que allí hubo, con ser tanto lo que se dijo, fue mucho más lo que se devoró. «Llorando sin cesar lo que sorbía, Y sorbiendo a la vez lo que lloraba».

El malagueño volvió a reír, diciendo con protección: Vamo, no ze críe uzté bilis, ahora que está uzté en vízperas de ser feliz. ¡Nada, nada: lo dicho! repliqué, con las mejillas encendidas ya y con acento más imperioso. A la zalú de uzté y de zu gachona dijo por toda contestación, sorbiendo una caña. Cambiamos de conversación, y volvió a reinar la alegría y cordialidad.

Vería mis esfuerzos, mi deseo de ser útil a su prole, a su provincia y a su raza, y satisfecho, se acomodaría lo mejor posible para la eterna siesta. ¡Ya, nunca más vería su panza amarilla! Y entonces me mordía el apetito de marchar, ya libre y tranquilo a gozar la alegría de mi oro, al Loreto o los boulevares, sorbiendo la miel de las flores de la civilización.

El viejo Yurrumendi, un extraño inventor de fantasías, le dijo a Zelayeta que aquella cueva era un antro donde se guarecía una gran serpiente con alas, la Egan suguia. Esta serpiente tenía garras de tigre, alas de buitre y cara de vieja. Andaba de noche haciendo fechorías, sorbiendo la sangre de los niños, y su aliento era tan deletéreo que envenenaba.

Mientras el secretario cabildeaba con la primera autoridad civil de la provincia, Barbacana daba audiencia al Arcipreste de Loiro, que había querido ir en persona a tomar noticias de cómo andaban los negocios por Cebre, y se arrellanaba en el despacho del abogado, sorbiendo, por fusique de plata, polvos de un rapé Macuba, que acaso nadie gastaba ya sino él en toda Galicia, y que le traían de contrabando, con gran misterio y cobrándole un dineral.