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Pero la mayor dificultad y trabajo fué pasar las tropas de caballos, bueyes y vacas, que eran mas de 3,000; porque como el arroyo era rápido, y poblado en el medio de muchas malezas y arbolillos, á los que nadaban, ó del todo los arrebataba, ó los enredaba, y tambien los sorbia y ahogaba.

Después, el espléndido banquete en los estupendos comedores de la casa de la «hermosa desposada»; y aquello fue la de vámonos. De lo que allí hubo, con ser tanto lo que se dijo, fue mucho más lo que se devoró. «Llorando sin cesar lo que sorbía, Y sorbiendo a la vez lo que lloraba».

Y zumbaba en todo el vagón el cuchicheo hostil; las miradas afluían a ella, pero Marieta abría sus ojazos imperiosos, sorbía aire ruidosamente con gesto de desprecio, y volvía a mirar los campos de algarrobos, los empolvados olivares, las blancas casas, que huían trazando un círculo en torno del tren en marcha, mientras el horizonte inflamábase al contacto del sol, que se hundía entre espesos vellones de oro.

Si la mujer había juntado un duro con sus trapacerías y rapiñas, empleaba casi toda la cantidad en tablillas de la preciada pasta. La familia sorbía con delectación el chocolate líquido, y lo mascaba crudo como si mascase pan. El amargo perfume esparcíase en las casas inmediatas, despertando envidias.

Sin alzar los ojos del papel estiraba de rato en rato toda la piel de la boca, mostraba los dientes blancos, finos y claros, y por entre los huecos de ellos sorbía una gran porción de aire. Isidora, harto ocupada de su dolor, no hacía caso del anciano escribiente; pero este no cesaba de echar ojeadas oblicuas a la joven como buscando un motivo de entablar conversación.

Hablaba de un mundo desconocido para él. Spadoni, con los ojos vagos, pensaba en algo distante mientras sorbía su café. Ya lo sabes, Atilio continuó Lubimoff : ¡nada de mujeres!... Así llevaremos la gran vida. La mañana libre; sólo nos veremos á la hora del almuerzo. Abajo, en nuestro puertecito, quedan varios botes. Pescaremos á las horas de sol, remaremos.

Su nariz sorbía con tristeza el ambiente. «¡Nada!...» Eran barcos insípidos, barcos del Norte, que hacían su comida con manteca: tal vez barcos protestantes. Otras veces avanzaba por la borda con lentitud, siguiendo un rastro embriagador, hasta que se colocaba enfrente de la cocina del buque vecino, aspirando su rico perfume. «¡Hola, hermanos!...» Imposible equivocarse.

Pero está bendita, ¡retiña!; y si ella se va á fondo, ¿quién me sacará de aquí, animalHay que tener en cuenta, señor, que la mar era un infierno, y tan pronto nos sorbía como nos soltaba. Á cada palabra un maretazo nos tapaba el resuello, ó nos cubría con más de diez brazas; y al salir á flote, no hallaba uno quien le respondiera, ó asomaba por onde menos era de esperar.

Pues ¿qué diré del chiste y garbo incomparable con que oprimía entre sus dientes de perlas, un pitillo ruso, lanzando al aire volutas de humo azul, mientras la contracción de sus labios destacaba la arremangada nariz y los hoyuelos de los arrebolados carrillos? ¿Qué de aquella su maestría en ocupar dos sillas a un tiempo sin que propiamente estuviera sentada en ninguna de ellas, y puesto que reposaba en la primera el espinazo, en la segunda los tacones? ¿Qué de la agilidad y destreza con que se sorbía diez docenas de ostras verdes en diez minutos, y bebíase dos o tres botellas de Rhin, que no parece sino que le untaban el gaznate con aceite y sebo para que fuese escurridizo y suave? ¿Qué de la risueña facundia con que probaba a sus amigos que tal anillo de piedras les venía estrecho al dedo, mientras a ella le caía como un guante?

Ahora le pareció pasar por sobre una enorme sierpe de púrpura deslumbrante, que bajo el crepúsculo se prolongaba, entre dos orillas de negrura fantástica, y sorbía en el horizonte la luz de sangre.