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La mujer que eligió por esposa era una jovencita, casi una niña, linda, vivaracha, nariz arremangada, más alegre que unas castañuelas, perezosa y juguetona como una gatita.

A distancia de cien metros apareció Julia, paraguas en mano pisando adoquines, saltando charquitos, tan airosa como indecorosamente arremangada. Al llegar a cuatro pasos de él, dijo chulescamente: Oiga usted, señorito, ¿me tié usted que contar muchas cosas ú es que vamos a hacer de patos? Nos meteremos en un portal. ¿Y si pasa alguno que me conozga y lo cuenta?

Observándose, no obstante, en tan gallardo ejemplar femenino rasgos reveladores de su extracción: la frente era corta, un tanto arremangada la nariz, largos los colmillos, el cabello recio al tacto, la mirada directa, los tobillos y muñecas no muy delicados.

Era una sobrina de Pimentó, hija de una hermana de Pepeta, la que decía esto; morenilla, nerviosa, de nariz arremangada ó insolente, orgullosa de ser única en su casa y de que su padre no fuese arrendatario de nadie, pues los cuatro campos que trabajaba eran muy suyos. ; podía mirar cuanto quisiera, que no vendría. ¿No sabían las otras á quién esperaba?

Venía la moza arremangada hasta el codo, con el pelo alborotado, seco y volandero, del calor de la cama sin duda: y a la luz del día se notaba más la frescura de su tez, muy blanca y como infiltrada de sangre.

Estaba tan gracioso que, a pesar de la repugnancia que me inspiraba aquella farsa burlesca que era una profanación, no podía guardar mi seriedad ante aquella cara mofletuda, aquella nariz arremangada y aquellas muecas de compunción. La risa me retozaba en los labios, y puedo asegurar a usted, señor cura, que contra mi voluntad.

Tenía que armarme de valor para detenerla y ofrecerme a compañarla, declarándole por el camino mi pasión, y explicándole con fuego los estragos que en mi pobre corazón habían hecho en tres días su nariz arremangada y su graciosa sonrisa.

Invariablemente llevaba la mano izquierda apoyada en la reluciente empuñadura del machete, la derecha suspendida por el pulgar en la parte delantera del cinturón, jugando como al descuido con la cadena virgen seguramente en poder del cabo , el kepí volteado con aire coqueto sobre la oreja y echando sombra sobre un ojo de color blanquizco, que parecía hacerle guiños a una nariz arremangada y carnuda, que emergía de entre unos bigotes semirrubios y enmarañados, que eran el orgullo de su propietario.

A la derecha del capitán, que sudaba, no tinta, sino brea, embutido en un corbatín y una americana negra, se encontraba sentada una empleada que respondía al nombre de Bertita: ojos melados, negros, grandes, y velados de largas pestañas; pelo fino, lustroso, abundante, negro como sus ojos; nariz pequeña y un tanto arremangada, símbolo de burla; labios finos; dientes, aunque de mortales huesos, y no de perlas, compactos, blancos é iguales; tez morena; seno alto y exuberante; manos redondas y pequeñas, y sonrisa marcadamente picaresca, constituían el distinguido conjunto de Bertita, que vestía ligera y limpia bata de viaje, recogido sombrero de terciopelo con pluma, cuello y puños á la marinera, cinturón de piel de Rusia, y diminutas botitas color café. ¿Les gusta á ustedes el tipo?

Pues ¿qué diré del chiste y garbo incomparable con que oprimía entre sus dientes de perlas, un pitillo ruso, lanzando al aire volutas de humo azul, mientras la contracción de sus labios destacaba la arremangada nariz y los hoyuelos de los arrebolados carrillos? ¿Qué de aquella su maestría en ocupar dos sillas a un tiempo sin que propiamente estuviera sentada en ninguna de ellas, y puesto que reposaba en la primera el espinazo, en la segunda los tacones? ¿Qué de la agilidad y destreza con que se sorbía diez docenas de ostras verdes en diez minutos, y bebíase dos o tres botellas de Rhin, que no parece sino que le untaban el gaznate con aceite y sebo para que fuese escurridizo y suave? ¿Qué de la risueña facundia con que probaba a sus amigos que tal anillo de piedras les venía estrecho al dedo, mientras a ella le caía como un guante?