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Fue la emoción visible en el rostro del viejo; y aun no había desaparecido del zaguán, de brazo del de la buena barba, cuando Lucía, demudado el rostro y temblándole en las pestañas las lágrimas, estaba en pie, erguida con singular firmeza, junto a la verja dorada, y decía, clavando en Juan sus dos ojos imperiosos y negros: Juan, ¿por qué no habías venido?

El cura de Riofrío, al poner estas órdenes en boca de Cabrera, imitaba la voz y los ademanes imperiosos de un general en jefe; señalaba con el dedo los diversos rincones de la sala, cual si realmente estuviesen escondidos en ellos batallones, regimientos y brigadas.

Entre los cepillos, botes de perfume y pulverizadores parecía reinar la fotografía de un hombre encerrada en un marco de níquel. Era un buen mozo, de mandíbula enérgica, bigote recortado, ojos imperiosos y una gran flor en el ojal de la solapa.

Y Febrer, sonriendo a impulsos del grato recuerdo, contemplaba su frente abombada, que parecía oprimir con su pesadumbre los ojos imperiosos, pequeños e irónicos, sombreados por gruesas cejas.

Le había creído un simple empleado, y su respeto á las jerarquías sociales hizo que bajase el revólver. No por esto desistió de sus gestos imperiosos. Empujó á don Marcelo para que le sirviese de guía; lo hizo marchar delante de él, mientras á sus espaldas se agrupaban unos cuarenta soldados.

Como su madre continuaba llamándola, lleno el rostro de inusitadas sonrisas, la niña golpeó la tierra con el pie con gestos y miradas aun más imperiosos, que también reflejó el arroyuelo, así como el dedo extendido y el gesto imperioso de la niña.

No podía afirmar si la acuosidad de sus ojos negros é imperiosos era de lágrimas; pero después que aprendió el español, estaba seguro de que había murmurado muchas veces, mientras le pasaba la mano por la cabeza: ¡Pobrecito mío!... Tu madre está loca. A los ocho años, el problema de su educación hizo que la princesa se mostrase por unas semanas maternalmente grave.

Siempre habrá estrecho enlace entre las necesidades y los deseos más imperiosos de una época, y las producciones que pueden llenarlos.

Y zumbaba en todo el vagón el cuchicheo hostil; las miradas afluían a ella, pero Marieta abría sus ojazos imperiosos, sorbía aire ruidosamente con gesto de desprecio, y volvía a mirar los campos de algarrobos, los empolvados olivares, las blancas casas, que huían trazando un círculo en torno del tren en marcha, mientras el horizonte inflamábase al contacto del sol, que se hundía entre espesos vellones de oro.

Mesía al saludar humillaba los ojos, cargados de amor, ante los de ella imperiosos, imponentes. Sintió flojedad en el espíritu. La sequedad y tirantez que la mortificaban se fueron convirtiendo en tristeza y desconsuelo....