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¡Dios mío, qué desgracia! exclamó llevándose las manos al rostro. ¿Desgracia? preguntó ella con asombro. ¿Por qué? Yo estoy muy contenta. Y viendo sus ojazos dilatados, estupefactos, le explicó riendo que era feliz con esperar una prenda de sus amores; que no tuviese miedo alguno porque ella sabría arreglarse para que nada se descubriera.

Poca cosa era el afecto de este adolescente, y sin embargo experimentó la dulce impresión del calenturiento al sentir la frescura del agua. Miró con cariño sus ojazos azules, su cara sonrosada cubierta por un vello rubio, y buscó en su memoria quién podía ser este mozo.

¡Qué aparición, querido mío, la de aquella niña olvidada, demacrada, vestida con una bata blanca, flexible y sedosa, que le daba un aspecto de figura antigua! Con sus cabellos obscuros separados en la frente y unidos por detrás en una gruesa trenza, y con el tímido asombro de sus ojazos, un poco hundidos, parecía un ser celestial.

Es tanta la ignorancia de la vida y tan cándida su timidez, que daría gana de permitirse con ella una familiaridad de hermano mayor, sin sus ojos, aquellos ojazos de profunda gravedad, superior a sus años, que desconciertan e infunden respeto.

Aquella mujer que no comprendió que mi mujer no la comprendia, se me quedó mirando, como si esperase que yo la explicara el asunto. Mi señora ha contestado á usted, la dije, que no entiende el francés. La mujer se quedó parada, y echaba unos grandes ojazos á mi compañera, al mismo tiempo que exclamaba con mucho asombro: ¡Madame ne comprend pas le français! ¡La señora no entiende el francés!

«No se asombre usted ni ponga esos ojazos prosiguió esta . Yo no he tenido ocasión de tirar por el balcón a la calle una felicidad, ni una ilusión, ni nada. Yo no he tenido lucha. Entré en este terreno en que estoy como se pasa de una habitación a otra. No ha habido sacrificio, o es tan insignificante, que no merece se hable de él.

No vio nada: dos fantasmas blancos pasaban por delante, arrastrando por debajo de los amplios albornoces las largas colas de terciopelo negro, dejando asomar la vieja por el abrigado capuchón una corva nariz caída y afilada, luciendo tan sólo la joven unos ojazos azules, que creyó Currita se fijaban en ella con provocativa insolencia.

Durante un rato largo pudo conseguir reprimirse, haciendo para ello titánicos esfuerzos. Enrique tenía fijos en él sus ojazos saltones cargados de ira, adivinando perfectamente lo que le andaba por dentro. Si levantaba la vista y veía aquel rostro mocoso, más feo aún por la cólera, estaba perdido.

No bastaba que adoptase continente grave y mantuviese con él pláticas largas acerca de la alza o baja de las acciones del Banco, ni que le loase la casa por encima de todas las fábricas modernas y le diese útiles consejos en el juego del chapó. De todos modos el gracioso de Lancia observaba allá, en el fondo de sus ojazos encarnizados de jabalí, una nube de recelo que no podía disipar.

Y ella decía que , mirando al amante con sus ojazos tristes, mientras se llevaba a la cara el mazo de violetas, oliéndolo con delectación. Nogueras carraspeó con insistencia llamando a Maltrana. La entrevista se prolongaba demasiado: otro día, más. Isidro cogió la mano amarillenta que ella le tendía. Adiós, Feli... Adiós, nena. Volveré. La enferma le recordó su promesa.