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Creyó a puño cerrado cuanto el pícaro la afirmó, y desde aquel instante quedó indefensa esclava suya, como el pájaro de la sierpe que le fascina y aterra. La hacienda, la vida: todo le parecía poco para comprar el silencio del infame y poner entre él y su hija un muro tal, que ni las águilas fueran capaces de volar tan alto. Y todo se fue haciendo como el bribón lo pedía.

El otro bigardo posa familiarmente una mano sobre aquella cabeza de moro negro, que saca la lengua de sierpe al ser aplastada por las angélicas plantas, y sonríe con la malicia del tonsurado que sabe cómo todas las astucias del rebelde son juegos ante el poder de los exorcismos. Siempre con la misma sonrisa, le arranca un cuerno. DON FARRUQUI

Más que , era al modo de sierpe de muchas cabezas que alcanzaba con la punta de la cola a muchas cosas y a muchas partes..., hasta las casas de Leticia y de Sagrario. Porque estas dos criaturas de tan buen estómago, en cuanto lo cataron en la de la marquesa pidieron el turno correspondiente; y no era cosa de que las desairaran aquellos hombres tan corteses y campechanos de suyo.

Involuntariamente juntó las manos. Un gran deseo de purificación la dominó; y en este generoso arranque que subía desde lo más íntimo de su alma, como un mar de ternura, reconoció una semejanza con la irradiación suntuosa y triste que derramaba el cielo sobre las deformidades viles de la tierra, reflejando la visión de aquella luminosa sierpe de púrpura que había pasado como un prodigio bajo sus ojos atónitos.

«Yo no juego replicó Benina : no tengo cuartos. Yo dijo el marroquí : dar vos una pieseta. Y la señora, ¿por qué no juega? Mañana sale. Seremos ricas, ricachonas en efetivo dijo la Diega . Yo, si me la saco, San Antonio me oiga, volveré a establecerme en la calle de la Sierpe. Allí te conocí, Almudena. ¿Te acuerdas? No mi cuerda, no... Vos conocisteis en Mediodía Chica, por la casa de atrás.

Al notar el amable Abu-el-Casín la no perpendicularidad de las piernas del wazir, se iba a llegar a él diciéndole con una voz reprimida, que semejaba al silbido de una sierpe: "Ha criado raíces el sabio y ennoblecido Mulesaif..." Cuando este discreto personaje, entendiendo la granizada que se le acercaba, le respondió con acento muy meloso: , yo estoy pronto, amable Abu-el-Casín; pero me he mantenido en mi rellanada postura, por estar más pronto a dar a mi persona más súbitamente; es decir, más presto, una configuración más adecuada para traer sobre los lomos a ese discreto Ben-Farding, que va a ser el mejor amigo de nuestro Sultán.

Algún tiempo se distinguió la cara de Lucía, sofocada y bañada en llanto, y su pañuelo que se agitaba, y oyose su voz diciendo: Adiós, papá..., padre Urtazu, adiós, adiós.... Rosario.... Carmen..., abur.... Al fin se perdió todo en la distancia, la escamosa sierpe del tren revelose a lo lejos por una mancha obscura, luego por desmadejado penacho de turbio vapor, que presto se disipó también en el ambiente.

Pero no por marchar suavemente dejaba de murmurar la cristalina sierpe algunas cosas al oído de nuestra pareja. Al principio la condesa pensaba que decía siempre lo mismo. ¡Qué pesadez!

Soy la princesa del ropaje verde que renueva en el hombre la confianza, cuando el naufragio del vivir le pierde; le hago entrever la mística bonanza, mientras la sierpe del dolor le muerde; soy la última en morir: soy la Esperanza. Se oye un lamento de agoreras aves bajo el palio del cielo tropical, y se aspira un olor de brisas suaves que estremece el silencio sepulcral.

Para aplastar sin miedo, de frente, sin clemencia, la sierpe que envenena tu mísera existencia, arrastrando la muerte, nos tienes, patria, aquí. La madre idolatrada, la esposa que adoramos, el hijo que es pedazo de nuestro corazón, por defender tu causa todo lo abandonamos: esperanzas y amores, la dicha que anhelamos, todos nuestros ensueños, toda nuestra ilusión.