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Había de sacar la primera corona mural, túnica blanca, y en la mano la escuadra; la segunda era un mancebo de la época del Renacimiento, y llevaba como atributo una paleta; y la Escultura debía aparecer sobre un pedestal a modo de estatua, en la mayor desnudez posible, y sin más ropaje que un trozo de paño liado a las caderas.

En las plazas públicas de Susa se veneraba su imagen, coronada la cabeza de una mitra con quince cuernos, en razón de las quince virtudes capitales que resplandecieron en él, y vestido el cuerpo de un ropaje talar lleno de otros símbolos más extraños aún en nuestros días, aunque entonces no lo fuesen.

Siete estátuas de medio cuerpo también en sus nichos, sobre las antecedentes todas de marmol, las cinco de emperadores romanos y las otras dos de mujeres con el ropaje que cubre el pecho de jaspe.

Y de nuevo, la voz ajena y sosegada que solía susurrar en el fondo de su conciencia, le habló de esta manera: Abandona la brega de los hombres. No hay vida más heroica, más fuerte, vida más vida que la de aquel que, desnudándose por entero del vano ropaje mundanal, sigue la senda de Cristo Nuestro Señor.

Vivía así en contacto con la llama que me abrasaba, al abrigo de las sensaciones más abrasadoras, envuelto, por decir así, en un ropaje de inocencia y de lealtad que la hacía invulnerable a los ardores que de partían como a las sospechas que de la sociedad podían emanar.

Don Pelegrín Tarín es un señor fechado aún más allá de la última decena del siglo XVIII, uno de esos hombres cuyo conocimiento se hace en el café con motivo de una jugada á las damas, ó la duda de una fecha, ó el relato de un episodio de la guerra de la Independencia; un señor chapado y claveteado á la antigua, y en cuyo ropaje y fachada se puede estudiar la historia civil y política de su tiempo, del mismo modo que sobre un murallón cubierto de grietas y de musgo se estudia el carácter de la época en que se construyó ... y no cuántas cosas más, según es fama.

Es, como si dijéramos, la huerta de esta casa... Vuelve a subir el terreno después de una larguísima hondonada, pero con otro ropaje más basto y más bravío, y acaba en una gran mancha verdinegra que se esparce a un lado y a otro... Eza mancha jué lo negro que yo vide. dijo Catana sin poderse contener.

Ángel no llevaba a tal extremo sus aprensiones, porque esto no cabía en un mozo de tan buen sentido; pero muy cerca le andaba cuando consideraba el caso desde lejos. Por de pronto, creía que sin las trabas del metro y de la rima, el ropaje de la idea era mucho más fácil de cortar.

Y cuando le dije terminantemente lo que pensaba decirle, se incorporó con la agilidad de un muchacho, me miró con unos ojos en que se pintaba la exaltación de su espíritu resucitado, y exclamó: ¡, Marcelo!... Nada menos que ... ¡el hijo de mi hermano Juan Antonio!... ¡Un Ruiz de Bejos de pura casta, sano y garrido como un trinquete!... Pero ¿lo has pensado... lo has medido bien, hijo mío? ¿No hay en tu arranque algo... vamos, algo de caridá que te ciegue? ¿Sabes bien todo lo que pesa esa carga en un hombre de tu ropaje? ¿Será posible que Dios misericordioso lo haya sido conmigo también en esto que le he pedido tan de veras?

No le seducían sus ojos por expresivos, ni su boca por fresca, ni su talle por esbelto, sino toda ella por cierta atmósfera de melancolía que, circundándola como un ropaje ideal, daba a sus ojos apacible tristeza, y a su boca sonrisa resignada, y a su cuerpo entero una dejadez y laxitud en mayor grado poderosas y excitantes que la más espléndida hermosura o la más astuta coquetería.