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Oiga uzté, ¿no va uzté a jugar? le dijo Valero, metiendo la cabeza por entre los jugadores y examinándole las cartas. ¿Cree usted que se puede? preguntó Moro vacilante. A me parece que . Hay poco de esto y demasiado de esto otro repuso, señalando discretamente con el dedo los naipes. Zin embargo, zin embargo... yo creo... Bueno, bueno, jugaremos replicó Moro con su finura acostumbrada.

Por eso un teniente de caballería andaluz, al hacerle un favor y un disfavor en el juego de prendas, le había dicho recientemente: « Ez uzté mu bonita, pero ez uzté mu redondita». Y esto había servido para que los amigos de la casa la llamasen festivamente la redondita y la mareasen a la continua con el «ez uzté mu bonita, etcétera». La expresión del rostro continuaba siendo tan plácida, tan grave y dulce como antes.

En realidad el magistrado de Pontevedra mentía con tan poca gracia y al mismo tiempo con tal firmeza, que era cosa de pensar si sería un pícaro redomado que se gozaba en impacientar a sus amigos. ¿Ha dicho uzté que eze antepazao zuyo ha llegao a Eztremadura? preguntó al fin Valero en tono decidido. , señor. Pue me parece, compare, que eztá uzté equivocao, porque eze zeñó Renchila... Rechila.

¡Atiza! exclamó Valero. ¡Abra uzté el paragua, D. Zanto! El niño se murió a los dos meses prosiguió imperturbable Saleta. Por cierto que cuando lo llevamos al cementerio se unió a la comitiva un coche que nadie supo a quién pertenecía. Yo lo conocí porque lo había visto en las Caballerizas reales, pero me callé. ¡Ya ezcampa! murmuró Valero. Bien, Saleta, ya nos contará usted de día eso.

Ya zabe uzté cómo ha de decirle a zu monjita que ha comió japuta añadió. Confieso que el sacar a cuento a mi novia me hizo malísima impresión. Me contenté con sonreír levemente y traté en seguida de cambiar de tema. Pero él insistió al cabo de un momento: ¿Y cuándo se caza uzté, compare?... Ezo huele ya a puchero de enfermo. No cuándo me casaré ni si me casaré respondí, bastante secamente.

¿Zabe uzté cómo llaman las monjas en mi país a este pezcao? me preguntó mi compañero, cortando un trozo de japuta y llevándoselo a la boca. Le miré sin contestar: El pezcao del nombre feo. Y dejó escapar al mismo tiempo aquella risita equívoca, parecida a un chillido nacido y apagado en la garganta y que era en él la suprema explosión de alegría.

Mientra hemos zido rivales, ez natural que zucediese... ¡Pero ahora que me ha vito uzté caer en la mizma cuna y por do vece recogío...! No pude menos de sonreír. Comprendí que tenía razón. Habló con la mayor franqueza de su posición y recordó todos los pasos que había dado para agradar a Gloria, haciendo burla de mismo con bastante gracia.

El conde de Onís, que en un principio se había mostrado jaranero, fue quedando poco a poco pensativo y amurriado. Jugaba sin atención alguna; de tal modo que sus compañeros le llamaron al orden más de una vez. Pero, conde, ¿qué es lo que tiene usted hoy? Le veo muy preocupado dijo al fin D. Pedro. En efecto, ze noz ha puezto uzté mu triztón corroboró Valero.

Uzté no habrá oído cantar una rata, ¿verdá uzté? Pues no se mueva, que ahora mizmito la va a oír. Manejaba la guitarra con singular maestría, y después de haberla rasgueado y punteado buen rato, comenzó a cantar en voz baja un tango que no había sido inventado precisamente para los oídos de las religiosas. O no comprendieron el torpe sentido de sus palabras, o lo disimularon.

D. Jaime, que no era intolerante, y la prueba es que lo sostenía en su colegio, le había prohibido, no obstante, que hiciese alarde de sus ideas, contrarias a toda religión positiva, delante de sus discípulos. «Amigo Marroquín, no zea uzté balzamina en zu vía; too eztamo enterao de que eso de Dio y lo santo son arma al hombro; pero si los papá y laz mamá quieren que zuz hijos lo crean, ¿qué lez va V. a hace?