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Un hombre llevando dos niños de la mano transpuso la mampara de cristales del comedor, sin prestar atención a las preguntas de los criados. Sonreía seráficamente al ver al torero, y avanzaba tirando de los pequeños, fijos los ojos en él, sin percatarse de dónde ponía los pies. Gallardo le reconoció. ¿Cómo está usté, compare?

Nótese que el siglo de S. Eulogio fué aquel en que el arte arábigo, hijo primogénito del bizantino, segun queda latamente demostrado en el capítulo anterior, alcanzó su mayor grado de esplendor; y que el arte mozárabe, cualquiera que fuese, no podia permanecer estraño á sus atractivos. De todas maneras, cualquiera que compare la portada de la fachada antigua de Santiago con la lateral de Sta.

Iba viviendo gracias a sus corretajes en el mercado de la plaza de la Cebada: viviendo nada más. Gallardo miró compasivamente su triste pelaje de pobre endomingado. Usté querrá ver la corría, ¿eh, compare?... Suba a mi cuarto y que le Garabato una entrada... ¡Adiós, güen mozo!... Pa que os compréis una cosilla.

Compare, no comprendo esa necesidá; pero si uté lo ziente, no debía darme aviso, porque ahora va a coztarle una mijita más de trabajo. No soy un asesino. Aunque lo que usted ha hecho conmigo es una indignidad..., una porquería, voy a hacerle a usted el honor de batirme con usted.

No sabrá escribir, como , libros y comedias ni tendrá gran ilustración, pero discurre con acierto, juzga con justicia y sabe lo necesario para conducirse en la esfera en que Dios le ha colocado. Desgraciadamente los que como él y yo hemos pasado nuestra vida dedicados al comercio no pudimos disponer de mucho tiempo para ilustrarnos... ¡Oh, no se compare usted con él! ¿Por qué no?

Todo lo que acabo de apuntar lo observé, lo comparé, lo pensé, lo deduje en un momento en que estuvimos callando, ella turbada con la mirada baja, y yo contemplándola absorto y enamorado. , enamorado, y enamorado como un loco. Sin embargo, un mismo pensamiento, sin duda, nos hizo ponernos la máscara de la conveniencia.

Una sanluqueña rubia, doradita como una doblilla, con unos ojos negros, grandes, de macarena, que hay que comérselos. ¿He dicho algo, compare? Y sin más preámbulos, me confió prolijamente sus secretos amorosos con la emoción ansiosa de un adolescente.

Compare, ¡cómo ha rajado hoy el padre Francisco! se decían uno al otro guiñando el ojo. Y Paca sonreía y cogía cualquiera ocasión por los pelos para volver á la carga. La verdad es que no tenía mérito alguno sufrir con paciencia sus sermones. Era Paca una de las más amables, ingeniosas y profundas mujeres que pudieran hallarse en parte alguna del mundo.

Ni el Puerto Pico, ó Sierra Mariana, Ni Teide, ò Potosí, ni el Atumare, Ni el volcan de Arequipa, ni Lupana, Ni el alto monte ó sierra de Lambare, Ni Villuerca, ni Sierra Verzocana, Se puede ya hallar que se compare A los montes y sierras que formaba En alta mar el viento que bramaba.

Hambre, y de órdago, era lo que yo padecía, pues devoré la carne y las patatas hasta no dejar migaja, y sobre esto pedí queso y otro bollo de pan. Nunca imaginara que un hombre, en el estado de espíritu en que yo me hallaba, pudiera sentir con tal apremio esa necesidad. Pero lo he visto comprobado prácticamente, y contra los hechos no hay argumento. ¡Compare, qué carpanta se trae usted!