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Sin pecar de entremetido frecuentaba las casas de las personas distinguidas. No le gustaba hacer ruido ni llamar la atención de las tertulias sobre . No daba ni admitía bromas, ni tenía el temperamento abierto y jaranero que suele caracterizar a los sacerdotes que gustan del trato social. Si era intrigante, debía de serlo de un modo distinto de lo que suele verse en el mundo.

La nostalgia de Lancia, de la tertulia de Quiñones, y sobre todo de las burlas de su colega Valero, le impulsaron a dejar la patria gallega para venir de nuevo a habitar entre los lacienses. Valero, ascendido a presidente de sala, más ajado cada día, más jaranero y ceceoso, se sienta a la izquierda del prócer.

El conde de Onís, que en un principio se había mostrado jaranero, fue quedando poco a poco pensativo y amurriado. Jugaba sin atención alguna; de tal modo que sus compañeros le llamaron al orden más de una vez. Pero, conde, ¿qué es lo que tiene usted hoy? Le veo muy preocupado dijo al fin D. Pedro. En efecto, ze noz ha puezto uzté mu triztón corroboró Valero.

Todavía se hallaban reunidos en la sala contigua al billar unos cuantos de los que formaban la tertulia de última hora. Me senté al lado de ellos, aparenté buen humor, estuve jaranero en exceso y procuré por todos los medios que se fijasen en el ligero bastoncillo que llevaba en la mano.

Ya, ya: ya te había calado yo el pensamiento respondióme él, dejando de pronto el aire jaranero , sino que como la ocurrencia tuya se acaldaba bien en una chanza, y yo soy así... Pues te diré: una de las salidas principales es el camino por donde has venido anoche, éste de al lado nuestro. Corriente.