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Cierto es que perdí los estribos cuando el buen Maestro me mandó ayunar, pero bien se explica eso recordando que pan y agua es triste dieta para un cuerpo y un apetito como los que Dios me ha dado. También es verdad que le senté la mano el cernícalo de Ambrosio, pero la zabullida de que se queja no pasó de un susto sin consecuencias.

Dame una frazada gruesa murmuró, tengo mucho frío. Hice lo que me había pedido y me senté de nuevo a su lado. Ella se apoderó de mis manos y las estrechó como si hubiera querido calentarse con su contacto. ¿Has dormido bien? preguntó con esa misma voz de ronco falsete que no le conocía.

» Siéntate me dijo en cuanto me tuvo delante , y cierra esa puerta, porque tenemos que hablar despacio sobre cosas que no deben ser oídas. »Extrañome la advertencia; pero cerré la puerta y me senté sin decir una palabra. » ¿Sabes me preguntó en seguida , cómo ha quedado nuestro caudal a la muerte de tu padre?

Me senté, pues, a la mesa, prometiendo a los demás comensales que pronto los alcanzaría; pero por más que hice y por bien que jugué mis mandíbulas, no logré impedir que todos concluyeran antes que yo, y como hacía un día espléndido y figuraba en el programa un paseo por el lago, me manifestaron que salían a dar una vuelta mientras yo terminaba de almorzar y concediéronme diez minutos, asegurándoles yo que aún me sobraría tiempo.

Hoy, antes de entrar en su cuarto, me detuve un momento en el umbral, según suelo hacerlo, para reunir mis energías, y que le decía a su padre con voz infantil, llena de ternura: » ¡Estoy muy mala!... ¿Pero usted, papá, me salvará? Porque si yo muriera añadió en voz baja, moriría él también. » , Magdalena mía, : si mueres, también yo moriré. »Entonces entré y me senté a su cabecera.

La noche en que murió tu padre profirió al cabo de largo silencio con voz poco segura fuí á despertar á mi pobre madre, que ya dormía; me senté á su cabecera y llorando como un niño le pinté vuestra situación, le puse delante el cuadro terrible que acababa de presenciar. ¡Qué cosas le diría que al poco rato vi rasados sus ojos con lágrimas!... Aprovechando aquel momento de blandura me puse de rodillas y le dije: ¡Por Dios, mamá, por los dolores que has pasado para echarme al mundo, no te opongas más tiempo á mi matrimonio!... Y aquella mujer tan orgullosa me besó en la frente y me dijo al oído: «Tráela cuando quieras á casa, hijo mío». Me fuí tambaleando á la cama como un beodo y no pude dormir.

Entónces senté mis reales en la abrupta y desconocida sierra de Biak-na-bató, donde establecí el Gobierno Republicano de Filipinas, á fines de Mayo de 1897.

5 Aborrecí la congregación de los malignos, y con los impíos nunca me senté. 6 Lavaré en inocencia mis manos, y andaré alrededor de tu altar, oh SE

Difícil para montar me dijo un criado de caballeriza, guiñando el ojo. Lo veo, muchacho, pero voy á sorprenderla, mira. En el mismo instante me senté en la silla sin tocar el estribo, y en tanto que Proserpina reflexionaba en lo que sucedía, me afirmé sólidamente.

Para estos casos quiere uno el dinero. Llegué a la iglesia, me senté al confesionario, y lo primero que le dije al cura fue esto: «Acúsome, padre, de leer El Sol». ¿Así lo dijiste, Antoniño? Así, , señor, y con la misma tranquilidad con que hubiese podido decir «buenos días». No se figure usted que yo soy un gallina. Y el cura, ¿qué te contestó?