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Actualizado: 6 de junio de 2025
17 No me senté en compañía de burladores, ni me engreí a causa de tu profecía; me senté solo, porque me llenaste de indignación. 18 ¿Por qué fue perpetuo mi dolor, y mi herida desahuciada no admitió cura? Eres conmigo como mentiroso, como aguas que no son fieles.
Porque, no era posible dudar; Jenny tenía un secreto. Seguí á mis compañeros al interior del hotel, me senté con ellos á una mesa llena de esos refrescos que abrasan el cuerpo, y pasado un rato llamé al mozo. ¿Á qué hora acaba el teatro? Á eso de las doce. Gracias. Pector me preguntó riendo: ¿Cómo es eso? ¿Quiere usted acechar á Jenny Hawkins?
Todavía se hallaban reunidos en la sala contigua al billar unos cuantos de los que formaban la tertulia de última hora. Me senté al lado de ellos, aparenté buen humor, estuve jaranero en exceso y procuré por todos los medios que se fijasen en el ligero bastoncillo que llevaba en la mano.
Balbuceó algunas palabras, pero con tanta dificultad de sus labios resecos, que nada oí. Su intención era tan inequívoca que le tomé la mano, Siéntese ahí murmuró. Luis María corrió el sillón hacia la cama y me senté.
Me apresuré a ir a besarlo, y después me senté en la hierba a sus pies... Mi padre se puso a acariciarme el cabello, un poco pensativo. Y yo, que nunca he sido acariciada, me sentía feliz, en aquella tarde de sol, entre el perfume de las resedas y de los heliotropos. De pronto me dijo: ¿A quién haces tú tus confidencias?... No siempre es a mí... ¿Mis confidencias?...
¡Reina! exclamó el cura, golpeando el suelo con el pie. No os enojéis, os ruego, mi querido cura; tranquilizaos, no mataré a mi tía, tengo otro medio de vengarme. Cuéntame eso dijo el excelente hombre apaciguado ya y dejándose caer sobre un canapé. Yo me senté a su lado. Bueno. ¿Habéis oído hablar de mi tío de Pavol? Sí, por cierto. Vive cerca de V * Muy bien. ¿Cómo se llama su propiedad?
Después, descendiendo por los estrechos escalones, a la claridad de un tragaluz, en los subterráneos del monasterio, avancé lentamente por entre los restos de la muerte de que estaban sembrados; y, deseoso de entregarme sin distracción, al sentimiento vago y casi dulce que me inspiraba la solemnidad de aquel retiro, me senté sobre un ataúd destruido.
He aquí un lindo rincón, chica dijo él al mismo tiempo que se extendía cómodamente sobre la piedra, tanto que sus pies caían casi al nivel del agua. Ven, ponte a mi lado; hay sitio para los dos. Lo obedecí, pero me senté de manera que mi mirada pudiera dominarlo.
En seguida me eché a temblar sin saber por qué, por instinto, solamente porque tengo el corazón como aplastado por el secreto que llevo en él y por mis culpas para con mi padre. Me senté en un taburete al lado de su butaca y esperé interrogándole con la mirada. Es muy joven dijo mi padre dirigiéndose a Máximo, es una niña. Había en sus palabras una tierna piedad que parecía abogar por mi.
Media hora después estaba yo en mi casa. Me encerré en mi cuarto y escribí larguísima carta. ¡Ay! Una carta que nunca llegó a manos de Angelina. A las siete, cansado de esperar a mi tía Pepilla, me senté a la mesa. Juana se apresuró a servirme. En esos momentos llegó la anciana. ¡Ay, Rorró! ¡Qué dirás de mi! ¡Pero, hijito de mi alma, qué misa tan larga! ¿Ya te desayunaste? ¿No?
Palabra del Dia
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