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, señor... en la Cava Baja de San Miguel. Pero miento; no me lo robaron... es decir, me lo robaron... Tranquilizáos, Montiño, porque estáis diciendo disparates. Es que vuestra señoría me está mirando con unos ojos...

¡Tranquilizaos, pacíficos vecinos de Kalamba! ¡Ninguno de vosotros se llama Tales, ninguno de vosotros ha cometido el crímen! ¡Vosotros os llamais Luis Habaña, Matías Belarmino, Nicasio Eigasani, Cayetano de Jesus, Mateo Elejorde, Leandro Lopez, Antonino Lopez, Silvestre Ubaldo, Manuel Hidalgo, Paciano Mercado, os llamais todo el pueblo de Kalamba!... ¡Habeis limpiado vuestros campos, habeis empleado en ellos el trabajo de toda vuestra vida, economías, insomnios, privaciones, y os han despojado de ellos, lanzado de vuestros hogares y han prohibido á los demás os diesen hospitalidad!

Os conozco, señor cura, debéis estar inquieto por vuestros pobres, pero tranquilizaos; estos Gallard son muy ricos y os darán mucho dinero. En aquel momento apareció a lo lejos un carruaje envuelto en una nube de polvo. Ahí viene M. de Larnac; conozco sus poneys.

Aquí, el cura, cuyo rostro se había nublado, me interrumpió con una mordaz exclamación. No protestéis proseguí yo, mirándole de soslayo, bien sabéis que sois de misma opinión. ¡Qué educación, qué educación! murmuró el cura con tono lastimero. Señor cura, tranquilizaos, mi salvación no peligra; tarde o temprano nos encontraremos en el cielo.

Soy, pues, mi querido cura, un manjar sabroso, delicado y suculento que será codiciado, solicitado y tragado en un abrir y cerrar de ojos, si es que lo permito. Pero tranquilizaos, no lo permitiré; no lo permitiré a menos que... Pero ¡chist! «Por último, señor cura, os diré sin explicaros el por qué, que aguardo el lunes con impaciencia.

Tomó a la joven de la mano y la condujo al banco a pesar de las súplicas y de la resistencia de ella. Una vez sentado junto a la joven, prosiguió: Elena, he estado enfermo en Bruselas, en peligro de morir; tranquilizaos, no tembléis así. En peligro de morir repitió la joven . ¡Oh! era por eso que mi corazón estaba lleno de temores y que lloraba cuando pensaba en vos...

Como que no he ido todavía á las cocinas, y ya debe de estar almorzando el rey. Si se han descuidado... si ha ido algún plato mal servido... Id, id, Montiño; tranquilizáos, nada temáis. Id, que os guarde Dios. Al llegar á la puerta exterior de las habitaciones de doña Clara, oyó la fresca y sonora voz de la joven, que dijo: Que me vayan á buscar al bufón del rey.

Despierta entonces el viajero, y emprende su peregrinación; á poco encuentra á Mysón, criada de Angélica, y le pregunta por su amada, informándose también de cuanto ha ocurrido en su ausencia en casa de Doña Beatriz, madre de Angélica. «Tranquilizaos le dice Mysón, Angélica es fiel á vuestro amor; pero sabed una nueva extraña: Doña Beatriz se ha casado con el Doctor Cornágoras

¡Dorotea! exclamó para el duque ; Dorotea es... yo no lo que Dorotea es del bufón del rey... esta muchacha me ama... la deslumbro... pues bien... me conviene ir á verla... Tranquilizáos é id en paz dijo en voz alta dirigiéndose á Montiño. Beso las manos á vuecencia, y le doy las gracias por tanto bien como me hace.

Así fueran todos como vos, padre, porque desde hace tres días todos me están haciendo daño. Tranquilizáos, que yo os protegeré contra todos. ¿Y mi mujer y mi hija? ¿Y el galopín Cosme Aldaba? ¿Y don Juan de Guzmán? dijo el cocinero recayendo en su pensamiento fijo. Ya hablaremos de eso. Sentáos aquí, junto al fuego, que hace frío, y si tenéis apetito pediré de almorzar.