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Actualizado: 9 de junio de 2025


JIMENA. ¡El es, por Dios! ¡Y dudabas de su fe! LEONOR. ¡Jimena! JIMENA. Te estorbaré... solos os dejo a los dos. LEONOR y MANRIQUE, rebozado LEONOR. ¡Manrique! ¿Eres ? MANRIQUE. Yo, ... No tembléis. LEONOR. No tiemblo yo; mas si alguno entrar te vio... MANRIQUE. Nadie. LEONOR. ¿Qué buscas aquí? ¿Qué buscas?... ¡Ah!... Por piedad... MANRIQUE. ¿Os pesa de mi venida?

Sonreía Cervantes oyendo a Margarita, como quien sonríe cuando escucha las raras quimeras de un sueño que se relatan, y asiéndola dulcemente una mano y mirándola amoroso, la dijo: Aunque yo no tuviera más valor que el que el encanto de vuestra hermosura y el amor que me mostráis me infunden, dígoos que no ya ese capitán, que de tal modo os espanta, sino el mismísimo Orlando con toda una cohorte de encantadores y vestiglos, no bastaría para contrarestar el poder de mi brazo, que vengada ha de haceros, mal que le pese al brío y a la fama de vuestro enemigo; y tened más confianza en el aliento de quien bien os ama, y no tembléis ni empalidezcáis, mi dulce señora, que en verdad os digo que para vos y para han empezado ya días más bonancibles de amor, de ventura y de esperanza.

Quisiera ver que os tocara con un dedo solamente. No es de vos de quien se venga, es de . Sabe que me hiere al maltrataros; pero ahora veremos cómo van a andar las cosas. No tembléis, aunque estuviera cien veces irritada, cedería, y se volvería mansa como un cordero.

Tomó a la joven de la mano y la condujo al banco a pesar de las súplicas y de la resistencia de ella. Una vez sentado junto a la joven, prosiguió: Elena, he estado enfermo en Bruselas, en peligro de morir; tranquilizaos, no tembléis así. En peligro de morir repitió la joven . ¡Oh! era por eso que mi corazón estaba lleno de temores y que lloraba cuando pensaba en vos...

Cuando la causa es grave... cuando una reina está á punto de ser horriblemente calumniada... ¿Qué decís?... No tembléis señora dijo Montiño desnudando su daga sangrienta y mostrándola á la dama. ¿Y qué es eso? Sangre de don Rodrigo Calderón. ¡Ah! exclamó con alegría la dama. ; la reina estaba amenazada. ¿Amenazada? ¿insistís en que yo soy... la reina?

Yo siento hondamente vuestra tragicomedia, oh, gran Losada, el músico genial y salvaje; Barrantes, el de la carátula de pesadilla; Alberto Lozano, rubio y señorial como un príncipe, y vosotros también, Dorio, el audaz; Pujana, el intrépido; Roldán, el preciosista, que tiene una enorme sed que sólo se calmará cuando Ella le llene de tierra la boca; vosotros, que al caer un hermano de esta cofradía de dolor y de absurdidad, acaso tembléis viendo que todo el entusiasmo de vuestra juventud está compensado por un lecho de hospital y un montón de polvo, sin nombre, en un osario. ¡Y vosotros que soñabais precisamente con la Gloria, y que porque la gente leyese vuestra firma al pie de unas líneas impresas, lo sacrificabais todo! ¿Veis qué broma final tan sangrienta?

Os confesaré que me asusto porque sólo soy una sirvienta. ¡Una sirvienta! Pero si tenéis la belleza, los ojos de una reina. Desde la primera vez que os vi, Marta, me impresionaron los encantos de vuestra persona, de vuestro lenguaje, de vuestra seductora sonrisa... No tembléis así, amiga mía; mis intenciones son puras y honradas. Ya que en materia de pudor sois muy severa y hasta muy hosca.

¡Ah, señor! ¡yo no os lo he dicho todo! Pero antes de que concluya la triste confesión de mis desdichas, dadme, señor, vuestra palabra de que me protegeréis. Os protegeré, no lo dudéis. Pero alzad, alzad, señora, y no tembléis de ese modo. Doña Ana se había arrojado de nuevo á los pies del duque de Lerma, y besaba llorando sus manos.

Palabra del Dia

irrascible

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