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Dígoos, exclamó Cervantes, que mi esposa sois, que de otra manera ser no puede, porque ni yo puedo olvidarme de los buenos padres de que vengo, de la honra que de ellos he recibido, ni de la religión ni de la crianza que me han dado, ni de mi propio honor, ni de mi corazón propio, que vuestros son tanto como míos; y porque yo tenía ciertos empeños, aunque no de honra, con doña Guiomar, y en su casa estamos, y en ella os tiene amparándoos, y amparándoos a vos a me ampara, y por ello, no sólo respeto, sino agradecimiento la debemos, dejadme hacer, y nada de lo que hacer me viereis os extrañe, os ponga en cuidado, ni os enoje; que todo será buscando el camino para salir a buen lugar y honrado; y en esto cesemos, que ya por entre aquellas espesuras me parece haber visto a doña Guiomar que se acerca.

Y en cuanto a lo que decís del hilo que necesitáis para salir del laberinto en que os encontráis perdido, dígoos que bien podéis valeros del hilo de oro que tenéis en las manos, y él os sacará a buen puerto. ¿Pero no sabéis, hermosa señora mía, contestó Cervantes, que el hilo de oro, cuanto más rico es, por no tener mezcla de ningún otro metal, es más quebradizo?

Dígoos verdad, señor compadre, que, por su estilo, es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen, y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros deste género carecen.

Sonreía Cervantes oyendo a Margarita, como quien sonríe cuando escucha las raras quimeras de un sueño que se relatan, y asiéndola dulcemente una mano y mirándola amoroso, la dijo: Aunque yo no tuviera más valor que el que el encanto de vuestra hermosura y el amor que me mostráis me infunden, dígoos que no ya ese capitán, que de tal modo os espanta, sino el mismísimo Orlando con toda una cohorte de encantadores y vestiglos, no bastaría para contrarestar el poder de mi brazo, que vengada ha de haceros, mal que le pese al brío y a la fama de vuestro enemigo; y tened más confianza en el aliento de quien bien os ama, y no tembléis ni empalidezcáis, mi dulce señora, que en verdad os digo que para vos y para han empezado ya días más bonancibles de amor, de ventura y de esperanza.

Muy poeta andáis, don Francisco, amigo mío dijo doña Clara : ¿me hacéis la merced de que hablemos de otra cosa? Poeta de verdades soy cuando os admiro, hija mía, y dígoos hija, porque aunque casi soy mozo en años y negros tengo los cabellos, péinome hace mucho tiempo canas en el alma, y desengaños padezco y experiencias lloro.

Yo soy en efecto, dijo doña Guiomar, y dígoos a lo de la disculpa que en el que fue vuestro enamorado encontráis, que no la merecía; que no una locura de amor le llevó a punto de ofenderme, sino un apetito desordenado y asqueroso; y no pasión tuvo por , sino empeño tenaz por el que olvidó hasta el último vislumbre de su honra; que no atreviéndose a insistir en sus solicitudes, temeroso de un nuevo y más grave castigo, tiró a vengarse, y como no tenía de qué, porque la justicia que se sufre no da ni puede dar lugar a la venganza, quiso deshonrarme propalando contra inauditas calumnias, que por fortuna mía acabaron donde empezaron.

Guardadlos, tía Zarandaja, que pocos son, y una mínima parte comparados con lo que doña Guiomar os dará cuando sepa de qué manera la habéis servido. Venga ahora el mandato de lo que quisiereis, dijo la tía Zarandaja. Pues dígoos, respondió Cervantes, que hagáis como si yo nada supiera y como si quisierais servir a ese don Baltasar de Peralta.

Gran merced es esta que a los cielos debo, y por la que les estoy agradecido, dijo Cervantes; y justo es que una tan grande hermosura como la vuestra, y una tan gran suma de perfecciones como en vos se hallan, con grandes merecimientos conseguida sea y lograda; y dígoos, que mucho me pesa de que lo a que por vos obligado estoy, de tan liviano momento sea, en vez de ser comparable a los trabajos de Hércules o a los peligros de la encantada Puente Mantible, que si así fuera, mayor sería mi contento, porque exponiendo por vos cien veces mi vida, y poniéndola en cuestión con lo imposible, más estimaríais y a mayor amor por os llevaría, el encendido amor que os tengo.