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Actualizado: 6 de junio de 2025
Luego, me senté en el umbral de una puerta que quedaba al terminar los jardines de Lexham y esperé la llegada del vehículo, pues el vigilante había ido al camino Old Brompton en busca de un hanson. ¿Había sido atacado por algún maniático homicida que me había seguido todo el trayecto andado, o difícilmente había escapado de ser víctima de un infame asesinato?
Me senté un instante sobre la yerba, y me vi halagado por una expansion y un bienestar que no experimentaba desde nuestra llegada á Paris. Me parecia que en aquel momento recobraba la libertad, y sentia por la luz esa especie de religiosa gratitud que siente el cautivo. Miraba hácia bajo, y veia musgo verde; miraba en torno mio, y veia árboles; miraba á lo alto, y veia cielo.
El éxito de la operación, no por previsto dejó de satisfacerme; al contrario, con el mayor gusto del mundo, me senté al lado de mi mujer esperando que despertara de su sueño.
Tía Carmen arrimó la mesita, en la cual, en un candelero de latón, ardía con luz rojiza una vela de sebo. Como no me viese a su gusto, insistió impaciente: Obedeciéronla. Me senté a su lado. Andrés y tía Pepa permanecían de pie delante de nosotros. Desde la puerta, que daba paso a las habitaciones interiores, la joven nos veía.
Me apresuré á bajar y corrí á la orilla del río. ¡Ah, ah! me dijo la joven riendo; á lo que parece, ¿está usted de buen humor esta mañana? Murmuré torpemente algunas palabras confusas, cuyo fin era dar á entender que siempre lo estaba, de lo cual la señorita Margarita pareció mal convencida; después salté al bote y me senté á su lado. ¡Vogue, Alain! dijo al momento.
Pocos pasajeros a bordo, signo constante de buena comida. No puedo ocultar la viva satisfacción con que me senté delante del blanco mantel, cubierto de los mil hors-d'oeuvre que nadie toma, pero que la culinaria francesa califica con razón de aperitivos plásticos.
Crecen entre los surcos ciertas plantas que dan unas flores como margaritas, y yo corté muchas, muchas, tantas que ya no me cabían en el delantal; luego me senté en una roca, y, acordándome de un poema que tú me leíste, me entretuve en preguntar a las flores si me querías.
Yo la atraje a mí y la senté sobre mis rodillas sin que ella opusiese resistencia; inclinó la cabeza sobre el pecho, luego la alzó, me miró destellando de sus magníficos ojos negros un fuego casi divino, y me dijo con las manos puestas sobre mis hombros con la boca entreabierta, los labios trémulos, embriagándome con el perfume de su aliento. ¡Luis! ¡Luis! ¡ten compasión de mí!
Las olas rugían en la obscuridad a pocos pasos de mí, de una manera lamentable y desesperada. Tras de muchos esfuerzos y afanes, desollándome una mano, pude soltarla de la ligadura. Registré mis bolsillos y encontré el cortaplumas. Lo abrí y corté la cuerda con que me habían atado los pies. Me senté en la plataforma de la roca; estaba entumecido.
Nos esperaban guardias y lacayos formados en largas hileras; y dando la mano a la Princesa subí con ella la gran escalera del regio edificio, morada de mis antepasados, de la cual tomé posesión como Rey coronado. Me senté después a mi propia mesa, teniendo a mi derecha a la Princesa, al otro lado de ésta a Miguel el Negro y a mi izquierda al venerable cardenal.
Palabra del Dia
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