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Actualizado: 6 de junio de 2025


Camucha, no para qué, los trajo a mi cuarto. Después se sentó en la cama y empezó a jugar con el almohadón. De repente me acordé que allí estaba mi diario. Camucha es irreflexiva, no tiene conciencia de la gravedad de ciertas cosas. Corrí en seguida, saqué a Camucha de mi cama y me senté apoyando la mano en el almohadón. Todos me miraron sin saber lo que me estaba pasando.

Yo mismo conduje a la cocina a don Pedro Nolasco, que se dejaba traer y llevar como un niño atolondrado, y le senté en el sillón de mi tío, dejándole al cuidado de Tona y de Chisco, que andaba por allí entonces, con encargo de que le entretuvieran y animaran... y le dieran de comer cuanto pidiera, si lo pedía. Yo volvería por allí muy a menudo, y las señoras lo harían también de vez en cuando.

Me senté en la muralla, y mis ojos perdiéronse en la planicie arenosa que se extiende más allá de los puestos hasta los contrafuertes de los montes mongólicos; allí, airosamente, se arremolinan ondas indefinibles de polvo; y a todas horas negrean filas vagarosas de caravanas.

En el fondo de aquellos ojos de larga mirada se ve vivir un alma, una razón ya firme y ejercitada en velar sobre misma; una inteligencia que reflexiona y observa, un corazón ya dispuesto para la ternura y el sufrimiento inocente, silencioso y solitario. Puedes, pues, suponer que no la senté en mis rodillas y que la dejé suspirar a sus anchas hasta que el cansancio le hizo dormirse.

Me pareció que quizá no había bebido bastante para ser todo lo insolente y procaz que quería, y me senté en la mesa de una taberna, en la acera, en una calle en donde hay tal profusión de colmados y de peluquerías, que no parece sino que aquella gente se ha de pasar la vida entre el plato de pescado frito y la tenacilla para rizarse el pelo.

Y añadió para distraer la conversación: Me he levantado temprano esta mañana, he trajinado mucho por arriba: de modo que en cuanto me senté me he quedado fritita sobre el mostrador. Manolo guardó silencio y reparó con inquietud que tenía los ojos muy encendidos, señal de haber llorado recientemente y no poco.

Así que, cuando la anterior proposición senté, no quise decir que no se escribiese, sino que no se escribe bien, ni que no fuese el de emborronar papel el pecado del día, pecado que no quiera Dios perdonarle nunca, ni quiero yo negar la triste verdad de que no hay día que algún libro malo no se publique, antes lo confieso, y de ello y de ellos me pesa y tengo verdadero dolor, como si los compusiera yo.

Me senté al lado de ellas en una butaca que había dejado un caballero, y estábamos bromeando alegremente, cuando de repente veo delante de a Concha, de pañuelo a la cabeza y mantón. Y antes de que pudiera reponerme del susto, se arroja como una fiera sobre Matilde a bofetada limpia... Los tertulios lanzaron un grito de asombro. ¡Qué atrocidad!... ¡No puede ser!

Llegado a mi cuarto, sofocándome, sin poderme desnudar por asco a la cama, me senté en un sillón y me llamé a cuentas. Había resuelto pasar diez días en el Istmo y ese mismo día había casi retenido mi pasaje en el City of Para, que salía para Nueva York en el término indicado.

Su contestación me tranquilizó. Era verdad que Machín galanteaba a la chica, pero ella no le hacía caso. Puedes estar sin cuidado me dijo. Y ya menos inquieto, fuí a casa de mi madre. Al amanecer del día siguiente me levanté muy de mañana. Estaba el tiempo templado. Saqué una silla al balcón, me senté, y apoyado en la barandilla estuve contemplando el pueblo y la casa donde vivía Mary.

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