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Actualizado: 17 de junio de 2025


Me apresuré a ir a besarlo, y después me senté en la hierba a sus pies... Mi padre se puso a acariciarme el cabello, un poco pensativo. Y yo, que nunca he sido acariciada, me sentía feliz, en aquella tarde de sol, entre el perfume de las resedas y de los heliotropos. De pronto me dijo: ¿A quién haces tus confidencias?... No siempre es a ... ¿Mis confidencias?...

No vinieron.... Ya sabes: como doña Carmelita está un poco mala.... ¿De qué? pregunté inquieto. Lo de siempre.... Los achaques.... Anda, que te están esperando. Dame la maletita. ¿No dejas nada? No; mañana temprano vendrás por el baúl. En marcha. A la salida me despedí, muy de prisa, de mis compañeros de viaje. Andrés no dejaba de verme ni de acariciarme. A cada paso me decía.

Aunque fuese alto y pequeñísima yo, solía acariciarme las mejillas su lindo bigote rubio y retorcido, y sentí algunas tentaciones de las que no hablaré por no escandalizar al prójimo. Embriagada por la alegría y las lisonjas que zumbaban a mi derredor, dije todas las tonterías inimaginables; pero conquisté a todos los hombres y desesperé a todas las muchachas.

Su madre, doña Angela Perejamo, reunió los materiales para la colección de poesías de Angelina, rotulada Siemprevivas, editada en 1920 por la Casa Maucci, de la cual se han entresacado las que siguen: TUS MANOS ¡Manitas, las dulces manos de mi nena! Las manos mimosas, rosadas, sedeñas; las manos, divinas como dos camelias, que al acariciarme parece que besan.

Palabra del Dia

deshice

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