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Yo le comparo a una máquina que tarda en calentarse, pero que, cuando al fin hierve, es siempre de temer una explosión. »Con toda sinceridad le confieso que no quisiera ver esa prosa mezclada a la poesía, sobrado delicada para no empañarse a su contacto.» «Dios me ha escuchado al fin. ¡Gracias, Dios mío!

Así, aquel germen de pasión y de inteligencia, guardado en un huevo, se reconocía con vida, se reconocía con fuerza, y empezaba a dar picotazos en su cárcel, anhelando respirar fuera de ella otros aires y calentarse con calores más enérgicos. Así, aquella ceguera abría sus párpados, gozándose en la desconocida luz.

¿Por qué llorar y calentarse la cabeza con tantas suposiciones sin fundamento?... Lo que usted debe hacer, hija mía, es llamar á ese Tòni que es el segundo del buque. El debe saberlo todo... Tal vez le diga la verdad. Recibió Esteban el encargo de buscarle al día siguiente, y pudo darse cuenta de la inquietud que experimentó Tòni al saber que doña Cinta quería hablarle.

Cada uno de esos pedazos de metal recortados y chatos de figura de martillo es un tenedor; cada uno de los de cabeza redonda, como una moneda muy grande, es una cuchara, ¿Que cómo se le sacan los dientes al tenedor? ¡Ah! esos recortes chatos, lo mismo que los de las cucharas, tienen que calentarse otra vez en el horno, porque si el metal no está caliente se pone tan duro que no se le puede trabajar, y para darle forma tiene que estar blando.

Si llegara el caso, que claro que no llegaría, él no pensaba prorrumpir en preciosa tirada de versos, porque ni era poeta ni quería calentarse al calor de su casa incendiada; pero en todo lo demás había de ser, dado el caso, no menos rigoroso que tales y otros caballeros parecidos de aquella España de mejores días.

Sois recuerdo perenne de sombras y de amor. Entre vosotras jugaron mis hermanitas lanzando al viento sus rubias cabelleras. Mientras yo encendía hogueras con los espinos y la hierba seca, donde venían a calentarse los hijos de los pastores. El vigoroso sauce que nos prestaba auxilio cuando el huracán se desencadenaba violento por el valle.

¡Mire usted cómo trabajo! gritaba Pomerantzev a la enfermera, una muchacha bajita, envuelta en una capa de pieles. Estaba sentada en un banco, dando pataditas en el suelo para calentarse los pies, y vigilaba a los enfermos. La naricita se le había puesto encarnada a causa del frío.

¡Chss! gritó Amparo . Aquí viene lo bueno, señores: «... abrir el vientre a sus vasallos para calentarse los pies con su sangre...» ¡Señor y Dios de los cielos! Parece que todo el estómago se me revolvió. ¡Pobre del pobre! ¡Cuándo vendrá la federal para que se acaben esas infamias! Otra cuerda que siempre resonaba en aquel centro político femenino era la del misterio.

Había sido en Sevilla muy íntima de la familia Guevara, y en particular de Angelita, por más que ésta la aventajase en edad siete u ocho años lo menos. Enfriadas un poco las relaciones por la separación, volvieron a calentarse tan pronto como se encontraron en Madrid.

Al calentarse, la piedra preciosa se convertía en imán. Un pedazo de papel colocado á unos cuantos centímetros lo atraía con irresistible revoloteo. A continuación frotaba una de aquellas joyas exóticas y falsas con gruesos vidrios tallados, y el pedacito de papel quedaba inmóvil, sin estremecerse bajo los efectos de la atracción.