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Chocóme y me gustó ver la mantilla española en la mayor parte de las mujeres: la peina que en Valencia llevan las mujeres del pueblo adornaba tambien las cabezas de las italianas. Como es un lugar encantador: desde allí seguimos á Camerlata, que está tocando, y allí tomamos el camino de hierro hasta Milan, pasando por Monza, donde estaba Radetzky.

VII, no impreso, de los Reali di Francia, y se desenvuelve especialmente en La Marfisa, di P. Aretino S. L. E. A.; Marfisa bizarra, di Gio. V. á V. Schmidt, De las poesías heróicas italianas del ciclo tradicional de Carlomagno, pág. 277.

Casi en las puertas de Valencia, en el risueño pueblecito que desde la orilla del río miraba a la ciudad con los redondos ventanales de su agudo campanario, repetían aquellos bárbaros, con un rencor africano, la historia de luchas y violencias de las grandes familias italianas en la Edad Media.

Era una hija natural, legitimada luego, como casi toda su prole: un producto de su harén libre, en el que se mezclaban beldades sarracenas y marquesas italianas.

En el curso de nuestra historia demostraremos con abundantes pruebas el interés universal que excitaba la poesía. Ahora recordaremos tan sólo las corporaciones literarias y poéticas, que se formaron en gran número en casi todas las ciudades importantes. A imitación de las academias italianas, que llegaron á su apogeo en el siglo XVI , se fundaron otras en España casi en la misma época.

¡Qué efecto no producirían en nuestros artistas, en nuestros capitanes y literatos los esplendores de las grandes ciudades italianas al visitarlas por vez primera! ¿Cómo extrañar entonces que nuestros antepasados enamorándose de aquellas bellezas, se deleitaran con su estudio y ansiasen la posesión de aquellas preciosidades para transportarlas á sus opulentas mansiones españolas!

Probablemente fué miembro de una de aquellas academias poéticas, que, á imitación de las italianas, aparecieron en España en el reinado de Carlos V. Sus ocios le permitieron entonces entregarse por entero á las letras, especialmente á la poesía dramática, favoreciéndole no poco la particular posición en que se encontraba, puesto que su nuevo estado y la necesidad de atender á la subsistencia de su familia, le obligó á consagrar su ingenio á aquella parte de la literatura que más ganancia le prometía, ó lo que es lo mismo, á la composición de obras dramáticas al gusto del público, más aficionado cada día á los espectáculos teatrales.

¡Los gringos! ¡Vamos a ver a los gringos! decían los niños en el paseo, acudiendo curiosos, atraídos por los aplausos. Varias comisiones de sociedades italianas de Montevideo habían venido a saludar a su compatriota el conferencista ilustre de paso para Buenos Aires. Todos se lamentaban de que no descendiese inmediatamente en su ciudad; le pedían que volviera cuanto antes a Montevideo.

Partió, pues, de Sevilla; mas como quiera que el arzobispo determinó detenerse en Madrid algunos meses, Guerrero, con la anuencia del prelado, salió para Italia, llegando á Génova, y luego en Venecia se dispuso dar á las prensas muchas de sus composiciones; y encargando del cuidado de esta impresión á Zarlino, se embarcó en un navío, que recorrió las costas italianas, y pasando por Dalmacia, Esclavonia, Albania y Zanthe, al fin desembarcó en Jaffa.

La isla, abandonada a sus propias fuerzas, había tenido que hacer frente durante siglos y siglos a los piratas normandos, a los navegantes árabes, a las galeras de Castilla, enemiga de los estados aragoneses, a los barcos de las repúblicas italianas, a los bajeles turcos, tunecinos y argelinos, y a los corsarios ingleses en tiempos más recientes.