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Si es verdad que éste influye mucho en Galicia, merced al carácter sumiso de los labriegos, allí en Cebre no podía contrapesar la acción de curas y señoritos reunidos en torno del formidable cacique Barbacana. El arcipreste resoplaba de gozo. ¡Cosa rara! Barbacana mismo era el único que no se las contaba felices.

Al enterarse de tales cosas, el arcipreste se amorataba de furor. ¡Fariseos, escribas! rebufaba . ¡Y luego nos llamarán a nosotros hipócritas! ¡Miren ustedes qué recato, qué decoro y qué vergüenza les ha entrado a los incircuncisos de Cebre! Como si el que más y el que menos de ese atajo de tunantes no tuviese hechos méritos para ir a presidio... y al palo, señor, ¡al palo!

Pilla ahora mismo mi saco y la maleta de don Julián.... Volando.... Nos vamos a pie hasta Cebre.... Andando bien, tenemos tiempo de coger el coche. Obedeció el cazador sin perder su helada calma. Bajó la maleta y el saco; pero en vez de cargar ambos objetos a hombros, entregó cada bulto a un mozo de campo, diciendo lacónicamente: Vas con el señorito.

Marcha delante, enséñanos el atajo hasta Cebre. ¿No lo sabe el señorito? tal, pero a veces me distraigo. Como ya dos veces había repicado la campanilla y los criados no llevaban trazas de abrir, las señoritas de la Lage, suponiendo que a horas tan tempranas no vendría nadie de cumplido, bajaron en persona y en grupo a abrir la puerta, sin peinar, con bata y chinelas, hechas unas fachas.

Allí se reunían una tía y dos primas de don Eugenio a quienes por ser muchachas y frescas no quería el párroco tener consigo a diario en la rectoral ; el ama, viejecilla llorona, estorbosa e inútil, que andaba dando vueltas como un palomino atontado, y otra ama bien distinta, de rompe y rasga, la del cura de Cebre, que en sus mocedades había servido a un canónigo compostelano, y era célebre en el país por su destreza en batir mantequillas y asar capones.

Iba delante, y el señorito le pisaba casi los talones. Los mozos portadores del equipaje se habían adelantado mucho, deseosos de llegar cuanto antes a Cebre y echar un traguete en la taberna. Para oír el susurro que produjeron las hojas y la maleza al desviarse y abrir paso a un cuerpo, necesitábanse realmente sentidos de cazador.

De golpe lo comprendió todo Julián... y la sangre le dio gozoso vuelco. ¡Señorito...! Ea, despachar, que corre prisa.... Tiene usted que acompañarme a Santiago y necesitamos llegar a Cebre antes de mediodía. ¿De veras viene usted? ¡Mismo parece cosa de milagro! Yo estuve hoy arreglando la maleta. ¡Bendito sea Dios! Pero si usted determina que me quede aquí entretanto.... ¡No faltaba otra cosa!

, señor; justamente.... En Cebre he dejado la diligencia y me dieron esta caballería, que tiene unos arreos, que vaya todo por Dios.... El señor de la Lage, tan bueno, y con el humor aquél de siempre.... Hace reír a las piedras.... Y guapote, para su edad.... Estoy reparando que si fuese su señor papá de usted, no se le parecería más.... Las señoritas, muy bien, muy contentas y muy saludables.... Del señorito, que está en Segovia, buenas noticias.

Ni se oían a lo lejos vociferaciones de electores victoriosos. El soñoliento silencio de los pueblecillos pequeños y sin vida pesaba sobre la villa de Cebre. Tres héroes de la gran batida, y el arcipreste con ellos, salieron a caballo hacia la montaña.

¡Qué casualidad! exclamó . Aquí tenemos al forastero..... , Primitivo.... Pues te cayó la lotería: mañana pensaba yo enviarte a Cebre a buscar al señor.... Y usted, señor abad de Ulloa.... ¡ya tiene usted aquí quien le ayude a arreglar la parroquia! Como el jinete permanecía indeciso, el cazador añadió: ¿Supongo que es usted el recomendado de mi tío, el señor de la Lage?