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La presencia de Juanón les imponía respeto. Además, por el fondo de la calleja avanzaba otro joven. Aquel no sería de la idea; algún retoño de burgués, que se retiraba a su casa. Mientras Montenegro agradecía a Juanón su oportuna presencia, que le salvaba de la muerte, verificábase un poco más allá el encuentro de los braceros con el transeúnte. Las manos, burgués; enséñanos las manos.

Entonces Federico se levantó, y desperezose diciendo: Ya estoy. Enséñanos el camino. En marcha. Y con un salto y un aullido característicos, precediolos, saliendo a fuera.

Eran de los más feroces de la banda; hombres que sentían una impaciencia homicida, al ver que transcurrían las horas sin que corriese la sangre. Las manos; enséñanos las manos rugieron rodeándole, elevando sobre su cabeza las cuchillas cuadradas y relucientes. ¡Las manos! contestó de mal humor el joven, desembozándose. ¿Y por qué he de enseñarlas? No me da la gana.

41 Pero respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, cuidadosa estás, y con las muchas cosas estás turbada; 1 Y aconteció que estando él orando en un lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos. 2 Y les dijo: Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos; sea tu Nombre santificado. Venga tu Reino.

Marcha delante, enséñanos el atajo hasta Cebre. ¿No lo sabe el señorito? tal, pero a veces me distraigo. Como ya dos veces había repicado la campanilla y los criados no llevaban trazas de abrir, las señoritas de la Lage, suponiendo que a horas tan tempranas no vendría nadie de cumplido, bajaron en persona y en grupo a abrir la puerta, sin peinar, con bata y chinelas, hechas unas fachas.